MADRES, HIJAS, AMANTES, INADAPTADAS.

una entrevista con Bonnie Jo Campbell

por Karin Cecile Davidson

(Newfound.org)


Bonnie Jo Campbell conoce muy bien el arte del noir rural, su visión literaria del paisaje de la Península Baja de Michigan está repleta de desguaces y de campos de apio. Sus historias están llenas de personajes duros, resistentes e indómitos que se enfrentan a todo lo que les depara la vida. Desde las mujeres ferozmente retratadas en Women and Other Animals hasta los desesperados y temerarios protagonistas de Desguace americano, los hermanos y las hermanas, madres y padres, adictos a la metanfetamina, mecánicos, amantes, cazadores, artistas de circo y auténticos inadaptados que habitan sus relatos, nos invitan a asomarnos y a conocer sus vidas, unas narraciones dotadas de garra y de verdad, tan reales como salvajes. Madres, avisad a vuestras hijas, el último libro de relatos de Bonnie Jo Campbell, nos sumerge en mundos de mujeres que todos conocemos, hijas y madres que podrían vivir en la puerta de al lado, que nos susurran al oído secretos delicados, terribles y asombrosos. El lenguaje es tan sorprendente y el rumbo de los relatos gira en direcciones tan inesperadas y hermosas, que no podemos dejar de escuchar.


Autora de las exitosas novelas Érase un río y Q Road y ganadora de los premios AWP, Pushcart y Eudora Welty, Campbell también ha sido finalista del Barnes and Noble Great New Writer y del National Book Award. Es profesora de Escritura Creativa en el Programa MFA de la Pacific University y vive en Michigan, donde transcurren la mayoría de sus relatos, con su marido, al que llama «mi querido Christopher», y un par de adorados burros, Jack y Don Quijote.


«Enterradme en el cruce de caminos para que mi espíritu pueda viajar, para que incluso en la muerte no me vea obligada a descansar o a cubrirme de musgo. Todos vosotros nacisteis en el cruce y es que cada mujer que da a luz se convierte en un cruce de caminos, una encrucijada. Como dice la canción, una encrucijada es un lugar que no está ni aquí ni allí».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

KARIN CECILE DAVIDSON: Hijas y madres de la Península Baja de Michigan, y de más allá, se apoderan de los dieciséis relatos de Madres, avisad a vuestras hijas: chicas en plena adolescencia desafiante; mujeres, solteras y abrumadas por la responsabilidad de sus hijos, sobre todo de sus hijas; y mujeres que afrontan los márgenes entre la vida y la muerte, todavía ancladas en lo vivido pero mirando con desafío cualquier tipo de vida ulterior. En «Cuéntate», la preocupación de una madre va intensificándose con ideas del tipo: «¿Y qué pasaría si…?» a propósito de la floreciente sexualidad de su hija y del daño que podría causarle en relación a los hombres, un diálogo cara a cara extraordinariamente atinado. Y a la inversa, en el relato que da título al libro (declarado «Campbell puro» en The New York Times Book Review) una mujer incapacitada para hablar después de haber sufrido un ataque de apoplejía se dirige a su hija en silencio, confesando los años de negligencia, reconociendo haber consentido la violación de su pequeña, un monólogo interior impregnado de ira, agotamiento, arrepentimiento, honestidad y reconocimiento: «No fui una madre cariñosa, eso es cierto». La autora Pam Houston lo ha dicho mucho mejor: «Las relaciones entre madres e hijas son oscuras, complicadas, intensas, implacables y desgarradoras, y a Bonnie Jo Campbell le gusta bucear en ellas. Le gusta contar la verdad».

Bonnie, ¿qué puedes contarnos acerca de las cruentas verdades que surgen entre estas madres y sus hijas, de sus apasionados instintos y las desgarradoras decisiones que han de tomar, de los modos de supervivencia que adoptan y de los territorios emocionales en los que transitan?

BONNIE JO CAMPBELL: Madre mía, gracias por decir todas esas cosas tan inteligentes y tan agudas acerca de estos relatos, y por haber puesto tantísimo interés en mis mujeres de ficción. Sus deseos, miedos y complejidades proceden de las vidas que he observado a mi alrededor, así que tus comentarios me hacen pensar que he logrado plasmar esas esencias y ansiedades en personajes auténticos. Puede que haya conseguido contar toda la verdad que poseía sobre estas madres e hijas en particular, la verdad que realmente importaba, aunque el relato del título y algunos otros eran mucho más extensos antes de someterlos a la poda y reducirlos hasta la médula. Al escribir sobre estas vidas turbulentas, no pretendo sugerir que todas las madres tengan este tipo de relación conflictiva con sus hijas; después de todo, los escritores tendemos a escribir sobre situaciones complicadas. Pero supongo que siempre existe una buena dosis de tensión, incluso en las mejores relaciones madre-hija, porque las jóvenes tienen que enfrentarse a un montón de peligros que sus madres no pueden evitar. Algunas, como la mujer del relato que, como ya digo, da título al libro, siguen ignorando voluntariamente los problemas de las niñas que se acercan a la mayoría de edad, pero incluso las que las protegen con suma atención saben que están librando una batalla perdida. Esto genera una profunda sensación de ansiedad. Y luego, a medida que esas madres e hijas van creciendo, hay que añadir la enorme ansiedad que generan la enfermedad y la muerte; las hijas tienen también mucho de lo que preocuparse en lo que respecta a sus madres. Supongo que en mis historias no hay descanso para nadie. Quizá debería poner una advertencia en la cubierta del libro.

«Y pongamos que, mientras tanto, en el gallinero de tu madre, tu escapada del mundo de los humanos, está esa pequeña y alocada gallina, con esas plumas blancas en sus garras de cinco dedos y las otras que le sobresalen de la cabeza al estilo de las coristas, que acaba de decidir instalarse en la caja donde anida y picotear a todo aquel que se atreva a tocarla».

Women and Other Animals, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: En «Hijas del reino animal», el relato de Madres, avisad a vuestras hijas que aparece en este número de Newfound, la narradora, Jill, nos invita a entrar en su vida. Imagínate que esta es tu vida, nos sugiere, y seguimos cada una de sus palabras: «Digamos que eres una mujer de mediana edad, hija única de una madre cada vez más frágil» que acaba de enterarse de que tiene cáncer, algo que considera más una molestia que una amenaza; digamos que eres la mujer de un profesor universitario díscolo que vive rodeado de sus alumnas; digamos que eres madre de cuatro hijas, y que la menor se enfrenta a su embarazo con una mentalidad exageradamente abierta, algo que te preocupa; y digamos que eres una profesora adjunta de zoología que reflexiona sobre el mundo y sobre el secreto que también anida en su propio vientre, pensando en todo ello desde el punto de vista de las gallinas, los caracoles arbóreos de color pardo y dorado, las viudas negras y las abejas reinas.

¿Cómo encontraste la voz de Jill, esa voz tan sorprendente y divertida, y tan profunda al mismo tiempo? Y háblanos también un poco de la estratificación de las relaciones que hay en este relato, tan llamativas y bellas como complejas.

CAMPBELL: Fue muy divertido escribirlo. Jill se está acercando a la mediana edad, todavía es (técnicamente) fértil, pero se dispone a asumir el papel de mujer mayor, de abuela, de vieja. Ha llegado a lo que, para mí, es una encrucijada particularmente interesante, y tiene que tomar una decisión sobre el rumbo que va a tomar su vida: retroceder hacia los encantos de la juventud o avanzar hacia la sabiduría de la vejez. Al ser zoóloga, Jill tiene puntos de referencia en el reino animal, sobre todo en lo que respecta al sexo hermafrodita de los caracoles. Intenta, no puede evitarlo, dar sentido a su vida y a la de su madre como algo que forma parte del mundo natural, y espero que eso aporte un punto de comicidad al mismo tiempo que de tragedia. Desde que empecé a tomarme en serio lo de escribir, me he dedicado a explorar las conexiones entre las mujeres y los animales, y este relato es una prolongación de ese proyecto. Fue uno de los últimos relatos que escribí para el libro, y lo acabé en pocos meses, a diferencia de los años e incluso décadas que necesité para escribir los demás. Me sentí muy identificada con Jill y disfruté enormemente de su irritabilidad, tal vez porque yo misma me sentía un poco irritada como mujer de cierta edad con una madre testaruda y belicosa.

DAVIDSON: Dentro del ámbito de las madres y las hijas, están las mujeres que se encuentran en la antesala de la maternidad. Me vienen a la mente tres relatos: «Hijos de Transilvania, 1983», en el que una Joannah vorazmente hambrienta baila con una novia rumana embarazada y, más tarde, desea también poder dar a luz a niños salvajes criados con leche de lobo; «Mi perro Roscoe», en el que Sarah, casada y embarazada, cree que «un perro callejero» con «un collar rojo descolorido» y «sin placa de identificación» es la reencarnación de su difunto prometido Óscar; y «El mayor espectáculo del mundo, 1982: Lo que estaba», en la que Buckeye decide entre Mike Negro, el hombre al que ama y su futuro bebé, y la vida en el circo. El hilo narrativo de estos tres relatos avanza y da vueltas, de un modo constante, en ocasiones salvaje y temerario: el ciclismo, el baile y el sexo de Joannah; la inquebrantable convicción de Sarah, que pasa de la consternación a la felicidad; la visión idealista y de gran contenido sexual de Buckeye sobre la vida a bordo del «largo látigo plateado del tren del circo… calentándose bajo el sol de Arizona», hasta que el tren se detiene en Phoenix y las vías se extienden hacia el futuro.

Estas mujeres se mueven de un lado a otro entre estados de calma, de obsesión y de pasión, sus historias abordan las decisiones que hemos de tomar como mujeres, cuya versión exagerada sería: «¿Maternidad o vida de circo?». Esta es la clase de personajes que dejan sin aliento al lector. ¿Dónde fuiste a dar con ellos?

CAMPBELL: Oh, Dios mío, no sabes cómo me alegro de que te gusten estas mujeres tan complicadas. Creo que me siento como si hubiera sido todas y cada una de ellas en distintos momentos de mi vida: apasionada y aterrorizada, sensata y descabellada, e incluso sumamente estúpida. En cierto sentido, todas son posibles versiones de mí misma, identidades que podría haber encarnado si me hubiera dejado llevar en una dirección concreta, sin haber tenido en cuenta las demás direcciones. Como Buckeye en «El mayor espectáculo del mundo», yo estuve viajando con el circo durante un tiempo, y todavía puedo imaginarme una vida alternativa vivida entre sus gentes: una parte de mí nunca abandonó aquella vida en el tren, junto a las coristas y los domadores de elefantes. Cuando dirigía excursiones en bicicleta por Europa del Este (otra etapa de mis aventuras juveniles) acabé metida en algunas situaciones bastante descabelladas, y puede que siempre anhelara tener sexo en una zanja, al borde de un camino perdido en Rumanía, al igual que la protagonista de «Hijos de Transilvania». Y como Sarah en «Mi perro Roscoe», yo también me casé con un hombre muy bueno y muy amable, y a veces (aunque nunca en serio), me he llegado a plantear que la elección de un compañero de vida tan bueno me privó de un montón de experiencias horribles que podrían haberme cambiado la vida, experiencias que podrían haberme brindado otro tipo de educación. Parte de la diversión de escribir radica en poder ser algunas de esas personas que una nunca se permitiría ser.

«El tigre es el juguete más brillante de este circo de juguete, un tigre de Bengala color butano, un brillante trozo de ámbar tallado…».

Women and Other Animals, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Las historias de circo de Women and Other Animals y de Madres, avisad a vuestras hijas nos trasladan al sofocante vagón de un tren que viaja a toda velocidad, a un recinto de tres pistas en el que un tigre se escapa y se dirige hacia el público, y a un bar en el que la mujer más bella no es la corista del circo y el hombre más pequeño del mundo se ha subido a la gramola. El brusco salto que se produce en estos libros, desde un paisaje plagado de piezas de automóviles abandonadas y de cerdos semicastrados hasta el mundo iluminado del circo, quizá no sea tan grande. Tanto detrás del granero como de la cortina de terciopelo se encuentran las duras y complicadas existencias de todas esas personas sometidas a la violación, a los bebés no deseados y a las adicciones.

En este sentido, me vienen a la mente los elogios de Stuart Dybek: «Los relatos de Campbell están vivos, llenos de giros cómicos e imprevisibles, pero en última instancia creíbles, observados con agudeza y contados con un hábil impulso narrativo. Se siente en ellos el amor de la autora por lo extraño, lo grotesco, lo excéntrico; pero estos aspectos nunca están tratados de forma que se conviertan en historias grotescas y estrafalarias».

Dentro de tus carpas de circo, el glamour carece de pedrería y está cubierto de polvo. Aquí no hay brillo ni sentimiento. Así pues, cuéntanos, aparte del tiempo que trabajaste en el circo, ¿cuál fue la fuente de inspiración principal de estos relatos y de las vidas descarnadas que los pueblan? ¿Y podrías compartir con nosotros alguna anécdota que no hayas contado antes de los meses que pasaste viajando en el tren del circo, tal vez algo que sucediera en el vagón restaurante?

CAMPBELL: Los estadounidenses tenemos una cierta idea romántica del circo, y los escritores haríamos bien en elegir como temas, siempre que sea posible, situaciones inherentemente interesantes para los lectores. Además, es una subversión divertida no concentrarse en las partes del circo que los lectores encuentran automáticamente glamurosas, sino centrarse en los trabajadores mal pagados que sostienen y apuntalan toda la empresa en la sombra. Siempre he pensado que la realidad, con su sangre, sus babas y sus risas nerviosas, sus botones perdidos y su textura árida, es mucho más romántica que cualquier versión plastificada de la vida. Los que eligen ver el glamour por encima del sudor se mantienen a distancia de la realidad. Yo quiero estar lo más cerca posible de la humanidad de las situaciones para poder ver las costuras hechas a mano de las medias de rejilla y los labios agrietados de las vendedoras de granizados. Por eso, cuando entré en el circo, me vi inmediatamente recompensada, me centré en la gente de menor nivel económico.

Y, ¡cielos!, ¿una historia que se desarrollara en el vagón restaurante? Parte del problema que tengo al contar historias de la vida real es que no recuerdo lo que realmente ocurrió; todo lo sucedido ya ha pasado por el tamiz de mi cerebro de escritora de ficción. Pero, de acuerdo, ahí va, una vez, durante una cena apresurada (el pastel de carne era el plato especial del día, servido con puré de patatas y judías verdes pasadas) vi al hombre más pequeño del mundo, un tipo que se llamaba Mishu, entrar a trompicones en el vagón con el aliento impregnado de whisky. Había dos coristas en bata y tacones altos sentadas en una mesita en el centro de la zona de comedor. Una era rubia y la otra estaba casi calva porque se había quitado la peluca con la que actuaba, pero recuerdo que tenía un cuello largo con un lunar en la clavícula. Mishu se subió al regazo de la corista calva, le desnudó el pecho apartándole la bata, y se puso a mamar allí mismo. Vale, estoy mintiendo. Me lo acabo de inventar.

DAVIDSON: ¡Me estoy riendo a carcajadas! Pero, aún así, sí, vamos a pasar ahora a las preguntas serias y sobrias sobre la estructura y el estilo.

«Nació más bella que el resto de nosotros y gritaba más fuerte que nosotros desde su cuna. Lloraba en la cama y en el bosque aullaba de dolor, pero nunca dijo lo que le hicieron esos chicos junto al arroyo».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Una decisión estructural en este libro fue empalmar los relatos más largos con tres asombrosos episodios breves, experimentales a su manera, de no más de una o dos páginas. Cada uno es un respiro, una meditación, pero son tan intensos y están tan meditados como las piezas más largas que los rodean. «El dolor de mi hermana» comienza con una exhalación, una línea larga y sinuosa que expone un sufrimiento silencioso e insoportable. «Despeinadas» abre la colección, apenas una página cargada de anhelo adolescente. El matrimonio es el tema de «Mi dicha matrimonial», múltiples matrimonios (con cajas de cereales y cigarrillos, ardillas y «con una confianza callada, de caderas estrechas, que se apoyó en la pared del bar, el Lamplighter»), todos fugaces, nunca duraderos.

Hay diversión estilística en estos relatos, y también una mirada seria y poco sentimental sobre la vida de las mujeres. ¿Qué te llevó a tomar estas direcciones tan experimentales y cómo decidiste incluir el trío en una colección de relatos de longitud esencialmente tradicional?

CAMPBELL: Cuando revisé los relatos más complejos de este libro, supe que iba a ser importante establecer la secuencia correcta para que la energía fluyera en el lector. De hecho, en el último momento tuve que cambiar el orden porque había situado un relato con un final desgarrador («El Mayor Espectáculo del Planeta») justo antes de otro que parecía una bobada («Prueba de Sangre»). Casi parecía que la visión cómica del sufrimiento en «Prueba de sangre» minimizaba el sufrimiento muy real de los personajes del relato que le precedía. Así que hice un cambio. Y me entusiasmó que mi editora en W.W. Norton, Jill Bialosky, me permitiera insertar algunos relatos cortos para sanear un poco el paladar entre algunos de los más largos. Disfruto mucho escribiendo estas piezas tan cortas, ya que exigen una mayor concentración en el lenguaje. El relato brevísimo que inicia el libro, «Despeinadas», es un relato tradicional en miniatura, pero los otros dos, «El dolor de mi hermana» y «Mi dicha matrimonial», son experimentos con un lenguaje exuberante, poemas en prosa al mismo tiempo que relatos. Estoy bastante contenta con el orden final, pero me llevó tiempo conseguirlo, tuve que dar muchas vueltas, reconsiderarlo una y otra vez. Los libros de relatos requieren muchísimo trabajo, con todos los elementos que hay en juego.

«Tengo la cabeza llena de historias que todavía tienes que oír, empezando por mis costillas, terminando con mi vida entera».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Los relatos de Madres, avisad a vuestras hijas, Desguace americano y Women and Other Animals recuerdan a las canciones de Gillian Welch, una cantautora que pone su voz a los pies de la clase obrera con muestras de comprensión y honestidad, pero sin un ápice de compasión. Las mujeres y los hombres de tus relatos poseen la misma fibra de fuerza que se escucha en la voz de Welch, la realidad de que la vida puede ser dura y problemática, pero aún así hay una forma de salir adelante.

Tu atención se centra en la clase obrera: los maltratados y los valientes que trabajan por menos de un salario digno, que a veces se entregan a la drogadicción o que se levantan con una escopeta o una pala en la mano para encontrar una forma de sobrevivir. Háblanos de ese enfoque, del incentivo y el razonamiento que te llevaron a los lugares y las personas que siguen alimentando y enriqueciendo tu escritura.

CAMPBELL: Tal vez me interesen los trabajadores pobres porque de ahí es de donde vengo, es la comunidad de la zona de Michigan de la que procedo, pero me gusta pensar que quienes luchan y no tienen garantizado el éxito son, de una manera más profunda, los sujetos perfectos para los relatos y para toda manifestación artística. A los escritores como yo nos interesan los problemas, y la gente pobre sufre la clase de luchas cotidianas, a diario, que más me interesan. En nuestra sociedad los pobres tienen que gritar para hacerse oír, y yo espero poder formar parte de ese grito. Seguro que los ricos también tienen sus problemas (no es fácil ser cualquiera), pero ya hay otros escritores que saben presentar mejor sus problemas.

Me encanta que hayas mencionado a Gillian Welch en relación a mis escritos. Es mi artista favorita, porque es capaz de captar la energía de la gente sencilla con problemas sencillos. En el blog Largehearted Boy, en la serie Book Notes, preparé una lista con las canciones que me inspiraron al escribir los relatos de Madres, avisad a vuestras hijas. Incluí «Caleb Meyer» de Welch por la importancia que tiene para mí, una canción sobre una joven que mata a su violador, una historia que podría haber escrito yo perfectamente.

Ahora mismo pienso en la alquimia, sin ser en absoluto una experta en ese viejo arte. Según tengo entendido, lo fundamental es que empecemos por llenar nuestras vasijas (es decir, nuestros corazones y mentes) con el material llano de la vida, un material que a primera vista no parece valioso, pero que es el material especial sobre el que hay que actuar para obtener oro.