por Bob Christopher
publicado en The Chicagoist (26 de abril de 2010)
Traducción: Javier Lucini
Barry Gifford nació en 1946 en el hotel Seneca de Chicago, que aún sigue allí, a la sombra del edificio Hancock. Después de una infancia transcurrida en Chicago y Nueva Orleans, y tras un breve período en el que aspiró a ser estrella del béisbol, Gifford centró todas sus energías en la escritura. Y, desde entonces, no ha parado. Ha publicado más de cuarenta libros, una copiosa obra en la que ha tocado todos los palos: poesía, teatro, ensayo (incluso intentó hacer algo con el equipo de los Cubs), guiones cinematográficos, relatos, novela…
Su obra más reciente es Sailor & Lula: The Complete Novels, que recopila los siete libros* del ciclo gótico-negro-sureño que comenzó su andadura con Corazón Salvaje. Esa primera novela fue un éxito inesperado y llamó la atención de David Lynch. En su adaptación cinematográfica, Lynch eligió a Nicolas Cage y Laura Dern para encarnar a los protagonistas, Sailor y Lula. Dos jóvenes amantes que huyen de la ley y de la testaruda madre de Lula, Marietta.
* NOTA DEL TRADUCTOR: En realidad son ocho. Cinco años después de esta entrevista vería la luz The Up-Down, la novela que cierra la saga y que, tras varias apasionantes conversaciones con el autor, en Dirty Works decidimos traducir como La senda del jaguar.
Pero Gifford siempre supo que había más chicha en aquella historia. Aunque los conocemos en un principio como adolescentes de sangre ardiente, durante los siguientes seis (siete) libros, Gifford los ve crecer, domarse y adaptarse a la paternidad. La última (penúltima) entrega, La imaginación del corazón, encuentra a los personajes lidiando con la vejez y la inminente mortalidad, una historia enmarcada en Nueva Orleans, después del Katrina.
Gifford habló con nosotros sobre la evolución de Sailor y Lula, cómo fue trabajar con David Lynch, su parentesco con Flannery O'Connor y las bondades de los perritos calientes de Chicago y el cangrejo étouffée de Nueva Orleans.
Chicagoist: En primer lugar, ¿cómo ha sido ver todas tus novelas agrupadas en un solo libro?
Barry Gifford: Bueno, alguien lo calificó de hito cuando lo vio. Y yo dije: «Sí, o eso, o una lápida». La verdad es que así es como siempre lo quise, porque, en el fondo, se trata de una novela larga. De hecho, cuando vendí Corazón Salvaje a Grove Press, se dispusieron de inmediato a publicarlo. Pero, justo después, escribí Perdita Durango, y me di cuenta de que la cosa no iba a parar ahí. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de Las vacaciones de Sailor, que iba a ser la siguiente. Llamé a mi editor y le dije: «¿Sabes?, creo que deberíamos detener esto y esperar, porque habrá más». A ver, en ningún momento supe que iban a ser siete (ocho) novelas/novelas cortas en total. Pero el editor me dijo: «No, no puede ser, porque David Lynch acaba de hacer la película de Corazón salvaje». Y querían sacar el libro en rústica en cuanto se estrenara la película. Así que dije: «Bueno, está bien», y siguieron adelante, y salió primero Corazón salvaje. Pero siempre tuve en mente la idea de juntarlo todo. Esa es la forma en que siempre me lo imaginé, y al final se ha hecho. Estoy muy feliz.
Chicagoist: ¿Entonces sabías desde el principio que habría más de un libro?
David Lynch por Barry Gifford
BG: Cuando Perdita Durango nació, en la parte final de Corazón salvaje, me di cuenta de que era un personaje muy fuerte y que amenazaba con apoderarse del libro. Entonces, lo que hice fue restarle énfasis en mi mente. La permití entrar en Corazón salvaje, pero era tan fascinante que me di cuenta de que se merecía su propio libro. Y así surgió la segunda novela. Llegó bastante rápido, para lo que son estas cosas, la verdad. De hecho, cuando Lynch ya tenía escrito el primer borrador del guion, era clavado al libro. El final era igual, el final y todo lo demás. Recuerdo que se generó cierto debate sobre si ponerle un final feliz a la película. David me llamó y me dijo: «¿Cuéntame qué pasa luego? ¿Sailor y Lula vuelven a juntarse?». Yo le dije: «Por supuestísimo». En cualquier caso, siempre fui muy consciente de que iba a haber más, de que Sailor y Lula tenían futuro.
Chicagoist: Tuvo que haber sido un regalo increíble, darse cuenta de que había mucho más en lo que profundizar.
BG: Bueno, más de un crítico que conozco ha comentado que este tipo de personajes, si un escritor tiene suerte, solo aparecen una vez en la vida. Mientras siguiesen vivos y hablasen entre ellos, yo iba a estar ahí para acompañarlos. Por eso fue una agradable sorpresa que, después de quince años, surgiera La imaginación del corazón. Lula ha tenido la última palabra, que es como tenía que ser.
Chicagoist: Volviendo un poco a la película, aunque siguió tu libro muy de cerca, obviamente Lynch le dio su propio giro a la historia. Después de ver la película, ¿crees que eso influyó en la dirección que tomaron los libros posteriores?
BG: No. Solo se impregnó en un par de pasajes en los que se hace referencia directa a la película. Más adelante, creo que en Un mal día para el Hombre Leopardo, hacia el final, donde incluso se habla de hacer una película llamada Corazón salvaje, hay un pequeño juego con Lynch y todo eso. Pero los personajes estaban bien formados, estaban perfectamente establecidos, asumieron sus propias identidades.
Chicagoist: Vi la película antes de leer el libro. Y al verla pensé: «Oh, bueno, todas estas cosas raras, obviamente Lynch se lo ha llevado a su terreno». ¡Y luego leí el libro y ya estaba todo ahí!
BG: Por supuesto que agregó cosas. Añadió la escena de la chica del accidente, que interpreta Sherilyn Fenn. Y lo del tipo de silla de ruedas gritando cosas. Pero, básicamente, la cuestión es que David, como ha dicho él mismo muchas veces, solo se inspiró en los personajes, el escenario y la situación, así que, por supuesto, iba a darle luego su toque. Y estuvo muy bien. Pero no afectó a la escritura. Todo estaba predeterminado.
Chicagoist: Me alegro mucho de que dejes que Johnny Farragut viva hasta el final de los libros, en lugar de matarlo de una manera extraña, como haces con muchos de los demás personajes.
BG: Oh, sí. No, no. Quiero decir, las personas son asesinadas básicamente por azar, es bastante aleatorio en la mayoría de los casos. Por eso digo que es una novela larga. La cosa comienza con Beany y Lula, justo antes de que Sailor salga de prisión. Y termina también con las dos amigas, Beany y Lula.
Chicagoist: Hablando de la muerte, para mí es ahí donde juega un papel determinante el suspense. Uno se pregunta: «¿Este personaje vivirá o morirá?» y «¿Cómo va a morir?». ¿Por qué las muertes son tan aleatorias?
BG: Porque así es como yo veo la vida. Y te diré más, a medida que envejezco, más claro lo veo. La gente muere, o la matan, o sucede lo que sea. Y quería retratar esa aleatoriedad de la vida. Es muy agradable hacer planes para mañana, pero en realidad no sabes si ese mañana llegará. Supongo que si había un mensaje era precisamente ese: vive tu vida lo mejor que puedas mientras sigas vivo. Pero no es un mensaje que expresara de manera consciente. Es solo que así es como siempre he visto todo este galimatías de la vida y la muerte.
Chicagoist: Pero, al mismo tiempo, los personajes no mueren de un simple ataque al corazón. En la mayoría de los casos es a raíz de un incidente bastante bizarro.
BG: Bueno, hablando de estilo, si quieres, se podría decir que el libro está escrito como una especie de sátira violenta. Por lo que hay que entender el humor y darse cuenta de que se trata de algo satírico. Durante la generación de toda la saga, lidié con las dificultades y los problemas del mundo, tal y como se me iban presentando. Fundamentalismo, racismo, etc… Todo eso está en los libros. Y mi postura ante todo ello es, claramente, anti-violenta. Puede que sea muy bizarro, como tú dices, pero es que el mundo también lo es, me lo lleva pareciendo desde que tengo uso de razón. Si acaso, puede que se haya vuelto incluso más extraño aún. La realidad supera la ficción, es imposible igualar las cosas loquísimas que sucedieron y siguen sucediendo. La idea era que Sailor y Lula funcionasen como una especie de filtro. Son productos puros. El maravilloso poema «A Elsie», de William Carlos Williams, comienza diciendo: «Los productos puros de América/enloquecen/», y siempre he tenido ese verso en mente. Lo que quería que Sailor y Lula representasen era eso, la inocencia. Puede que fuesen ingenuos, pero, pese a todo, contra viento y marea, inocentes. Y luego estaba toda esa mierda que les llovía encima. Toda esa locura que les rodeaba. Y que no siempre podían evitar. Pero en el fondo estaba su historia de amor, que era insoslayable, eso y el hecho de que se mantuviesen fieles el uno al otro hasta el final de sus vidas. Es una novela picaresca. Se limitan a avanzar por el camino, como Don Quijote y Sancho Panza.
Chicagoist: Los detalles, como los nombres de los lugares y los personajes, o la música que suena, son casi obsesivamente detallados.
BG: Bueno, es mi banda sonora. No hago más que establecer el entorno. Pero Sailor y Lula se mantienen fieles a sí mismos. No cambian. Lula es la responsable. Ella es la que madura de un modo más obvio. Sailor suele actuar como un zopenco y desde el principio se ve arrastrado por las cosas y tiene que apechugar con ellas. Es Lula la que tiene un carácter fuerte y la que sobrevive después de todo. Por mi experiencia, puedo decir que las mujeres tienen un enfoque mucho más inteligente a la hora de afrontar los problemas y son mucho más fuertes que los hombres. Yo he aprendido más de las escritoras que de los escritores. También de los escritores gays. E. M. Forster, por ejemplo. Las personas de las que he tomado cierta clase de sabiduría, comprensión y paciencia, generalmente, han sido mujeres y homosexuales.
Chicagoist: ¿Qué escritoras has admirado? Para reducirlo a una sola persona, ¿Flannery O'Connor estaría en esa lista?
BG: Mira, te contaré algo curioso sobre Flannery O'Connor. Yo ya había escrito algunas de las novelas de la saga cuando un amigo mío de Chicago me dijo: «¿Sabes?, tienes mucho en común con Flannery O'Connor». Y luego salió una reseña de uno de los libros, en el Chicago Tribune, si no recuerdo mal, que empezaba con una chanza, diciendo algo así como que Barry Gifford podía ser el producto de una noche de farra entre Flannery O'Connor y Jim Thompson, su progenie, como quien dice. Me encantó el comentario. Pero la verdad es que nunca había leído a Flannery O'Connor. Era una laguna en mi historial de lectura. Paul Auster me regaló más adelante el libro ese que reúne las tres novelas de Flannery O'Connor, una de ellas inacabada. Fue entonces cuando la leí por primera vez. Así que, en realidad, acudí muy tarde a ella. Y amé su obra. Adoro profundamente su obra. La considero una especie de prima sureña.
Chicagoist: De ahí debe proceder esa especie de atmósfera sureña…
BG: Oh, ni lo dudes. Bueno, cuando comencé a escribir Corazón salvaje, supe conscientemente, por decirlo así, que estaba dando pábulo al mi vertiente sureña, no como en casos anteriores, en los que tiré de la vertiente septentrional, norteña. Porque tengo ambas. Pero hasta entonces nunca había tirado de mis raíces sureñas. Había escrito una novela, Puerto Trópico, que transcurría en un país centroamericano y terminaba en Nueva Orleans. Pero nunca había escrito realmente desde ese lado. Comenzó a brotar en Corazón salvaje.
Chicagoist: Una de las cosas que prevalecen en tus escritos sureños es la atmósfera religiosa, la religión está en todas partes.
BG: Oh, absolutamente. La gente vive obsesionada. De niño, recuerdo que era una presión constante. Los fundamentalistas, particularmente los baptistas del Sur. Y todas esas congregaciones. También las negras. Todo, todo me interesaba. Ya sabes, me preguntaba: «¿De qué va ese rollo?».
Chicagoist: Pero tú no fuiste criado en un ambiente religioso, ¿verdad?
BG: No, para nada. Mi padre era judío, no practicante, y mi madre católica. Aunque mi abuela, su madre, estuvo muy involucrada con la iglesia católica, mi madre no tanto. Fue a un internado católico y todo eso, pero, en realidad, a mí no me criaron yendo a misa todos los domingos. No. Nadie me habló nunca de religión. Ni por parte de madre, ni por parte de padre. Así que al final iba a depender solo de mí diferenciar lo aceptable de lo inaceptable. Cuando comencé a leer la Biblia, la disfruté como lo que en el fondo era, es decir, como ya he dejado por escrito en algún lugar, la mejor novela negra de todos los tiempos. Y lo sigo sosteniendo. Me refiero a la Biblia del rey Jacobo.
Chicagoist: ¿Cómo viviste lo sucedido con el huracán Katrina?
BG: Como todos los demás, una cosa horrible. Fue como un holocausto nuclear. He estado allí dos veces desde entonces, y volveré en mayo. Lo viví horrorizado, como todo el mundo. Algo parecido a lo del terremoto de San Francisco. Bueno, en San Francisco siempre lo llamaron «el Gran Incendio». Fue un terremoto, por supuesto, pero todo el mundo se refería a él como un incendio. Una de las razones fue que las personas que tenían propiedades no querían disuadir a las personas de ir allí, de establecerse allí y construir y reconstruir la ciudad. «Terremoto» es un término más aterrador, porque es algo que no se puede controlar. Un incendio, en cambio, puede ser erradicado. Se puede construir mejor, de manera diferente, usar distintos materiales, etc, etc… Ahora, con el Katrina, ha sido la inundación. Y la inundación se debió al fallo humano. Se produjo por las deficiencias de los diques. El caso es que cuando las barreras fallaron… Habrían sobrevivido al huracán. De hecho, sobrevivieron al huracán. Eso no fue lo que causó el desastre. Fueron los diques. No estaban bien construidos, tenían agujeros y otras fallas. Entonces, así lo veo yo, la Gran Inundación. Eso es lo que destruyó gran parte de Nueva Orleans. Y luego, por supuesto, estuvo todo lo que vino después con la ineptitud de Bush, la incapacidad de manejar la situación, de llevar comida y agua a la gente…, fue simplemente horrible. Y, por desgracia, buena parte de la Nueva Orleans que siempre he amado, se ha ido, definitivamente.
Chicagoist: Entonces, ¿crees que es irrecuperable?
BG: Ha cambiado. Mucha gente se ha ido. Todos los barrios, el Noveno Distrito, tanto el Inferior como el Superior, y también el Séptimo, ya no hay nada ahí. Quedaron arrasados, así que la gente tuvo que mudarse a Houston, Chicago, California o donde fuera, para rehacer sus vidas. Gran parte de eso, la gente y los lugares que hicieron que me enamorase de Nueva Orleans, buena parte de eso ha desaparecido. Ha sido arrancado de cuajo.
Chicagoist: Si tuvieras que resumir Nueva Orleans como un plato de comida, ¿cómo lo harías? O, por plantearlo de otra manera, ¿qué platos recuerdas de tu infancia?
BG: Platos. Es una pregunta interesante. De niño me encantaba comer ostras, marisco, sobre todo. ¡Pero, al cumplir los cuarenta, desarrollé alergia al marisco, así que ya no puedo ni olerlo! Es una de las putadas más grandes que podrían haberme pasado. Pero, sea como sea, mi plato favorito siempre fue el cangrejo de río étouffée. Ese siempre fue mi favorito.
Chicagoist: ¿Y en Chicago? ¿Cuáles eran los platos que más te gustaban de pequeño? ¿El proverbial perrito caliente?
BG: Ahí me lo pones difícil. Podría responderte mejor hablando de otras personas. Por ejemplo, no puedo imaginarme a mi viejo amigo Magic Frank haciendo otra cosa que no sea zamparse dos bocadillos italianos de ternera antes de entrar en el colegio todas las mañanas. Eso, y los perritos calientes con salchichas de Viena, solían asociarse con Chicago. Pero ahora Chicago ha cambiado un montón, ahora es un lugar para gourmets. Hay restaurantes excelentes. Claro que de niño, ¿qué va a comer uno? Pues hamburguesas con queso, perritos calientes y pizza, como cualquier niño en cualquier otro lugar.
Chicagoist: Has hablado mucho del lado Norte y el lado Sur de tus escritos. Esas parecen ser las dos caras de tu escritura.
BG: Alguien me dijo hace años: «Lo que estás haciendo en realidad es escribir historia. Estás escribiendo tu propia versión de la historia». Partiendo de eso, por ejemplo, el nuevo libro que saldrá en septiembre, Sad Stories of the Death of Kings, lo escribí para preservar el lenguaje y la historia de ese tiempo y ese lugar. Porque ya no existen. Se han desvanecido. Se han desvanecido, salvo en mi mente, y quiero preservarlo. Ese siempre ha sido un motivo muy consciente. Escribir sobre el Chicago de los años 50 y principios de los 60, ese es uno de mis lugares. Y, luego, el Sur Profundo. Pero he de decir que, en lo que se refiere al Sur, también escribo sobre el Sur contemporáneo. Y eso probablemente se deba a que elegí pasar allí gran parte de mi vida adulta. Residí en Nueva Orleans durante ocho años, en los 90, y seguí dejándome caer por allí de vez en cuando. Viví en la zona de los cayos de Florida en los años 70 y 80, así que mantuve la conexión. En cambio, de Chicago me fui a los diecisiete años. Ya no tenía gente allí. No tenía el mismo tipo de conexión. Mi conexión con Chicago se remonta básicamente a los años 50, finales de los 40, principios de los 60, ese es el Chicago que conozco y del que puedo escribir.