EXPLORANDO EL TRÁNSITO DESDE LA INOCENCIA

ENTREVISTA A TOM FRANKLIN PARA SOUTHERN BOOKMAN

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Tom Franklin creció en una zona rural del sur de Alabama, donde la naturaleza salvaje seguía siendo tan maravillosamente inspiradora como amenazante. La experiencia de su infancia en los bosques, en una cultura de caza predominantemente masculina, confiere a sus novelas y a sus relatos una fuerza de autenticidad muy poco frecuente en los escritores de su generación.

Forma parte de esa tribu de escritores que ha cultivado una pequeña zona geográfica y la ha sabido dotar de una universalidad mítica. Su colección de relatos Furtivos y sus novelas Hell at The Breech y Smonk muestran las cualidades tradicionales que suelen asociarse a las novelas del oeste y a las primeras narraciones fronterizas de Estados Unidos, escritas con un lenguaje altamente lírico y expresivo.

Su obra examina el territorio salvaje en conflicto con los valores éticos de la ley y la civilización. Puede iluminar tanto tiempos recientes como épocas pretéritas. Sus impactantes descripciones visuales confieren a sus narraciones una calidad cinematográfica que hace que el lector sienta que está viviendo la acción a través de una cámara. La erupción de la violencia puede volverse surrealista y hasta cómica. La belleza abrasadora de la naturaleza también encierra el núcleo de la mortalidad y la justicia.

Tom está casado con la escritora Beth Ann Fennelly. Viven con sus dos hijos en Oxford, Mississippi; ambos dan clases en la Universidad de Mississippi.

Has escrito de forma memorable sobre la vez que mataste a tu primer ciervo en «Años de caza». Pero, a menudo, en tu obra, los intentos de los jóvenes por alcanzar la virilidad acaban de forma desastrosa. ¿Consideras el éxito o el fracaso de los ritos de paso masculinos como uno de tus temas principales?

Sí. Mi propio «rito de paso» fue tan tortuoso y lleno de simulaciones que creo que aún sigo esperando convertirme en un hombre.

Nat Sobel, mi agente, me dijo una vez que toda mi obra alberga, en su centro, un inocente que se ve arrastrado a la violencia. Sabía que tenía razón. También aparecen los (sobre todo) hombres que se han entregado a la violencia, porque es su modo de vida. El tránsito (que puede durar no más de un segundo) de la inocencia a la corrupción/culpabilidad me fascina. Y, como muy bien has dicho, para esos personajes, a menudo puede acabar de forma desastrosa. Ese parece ser el curso natural de los acontecimientos en los que prevalece la violencia, ese es su defecto.

La naturaleza desempeña un papel determinante en tus novelas y relatos. ¿Crees poseer una comprensión especial de la naturaleza debido a tu formación, a diferencia de otros escritores contemporáneos, que a menudo parecen pensar en la naturaleza como un gigantesco parque de atracciones?

No creo poseer una «comprensión especial», sino más bien un conocimiento práctico. Solo escribo sobre lo que conozco; dado que fue allí donde crecí, un villorrio en Alabama, muy rural, es eso lo que manejo. Además, me atrae la escritura lírica y, por alguna razón, la naturaleza parece encajar perfectamente con ese tipo de escritura: esos árboles tan gráciles, los intrincados diseños, musgo, hongos, enredaderas, hiedra, todas esas cosas magníficas con todas sus fantásticas variaciones, los distintos tipos de vegetación, los colores. A veces, incluso los propios nombres resultan líricos: encinas siempreverdes, pinos taeda, rodillas de ciprés… Luego pasa un gato salvaje y aparece un hombre con una pistola y ¡boom!, ya tienes una escena.

Vives con tu familia en Oxford, la ciudad natal de William Faulkner. ¿Ves a Faulkner como una influencia, considerando especialmente el fuerte sentido de pertenencia a un lugar?

Lo veo más como una influencia ahora que me he mudado aquí. Ver las casas sobre las que escribe, el cementerio, los cipreses, conocer a gente que recuerda a «Bill» (un antiguo vecino que conocí recordaba a William Faulkner persiguiendo a una mula por su patio), me resulta un poco abrumador, que ese genio viviera aquí mismo, y que yo esté viviendo en el condado de Yoknapatawpha.

La semana pasada, hice un picnic allí con mi familia, volví a fijarme en ese granero y me maravillé de que el mejor escritor del siglo pasado hubiera vivido en ese lugar, que se hubiese colocado un día junto a ese granero para hacerse una foto. Siento más su influencia como escritor a través de Cormac McCarthy.

Faulkner parece casi antiguo, es un gigante, como Joyce o Hemingway, maestros del pasado que pertenecen a otro mundo. Obviamente, Faulkner fue una influencia para McCarthy, pero siento mucho más la sombra de McCarthy que la de Faulkner. No es que la de Faulkner se desvanezca, en absoluto, sino que es tan grande y abrumadora que se parece más a un fenómeno meteorológico que a una sombra, más al movimiento de una nube sobre un paisaje que a algo que se proyecta frente al sol.

La violencia es frecuente en tu obra, pero la encuentro bien equilibrada y apropiada. ¿Te han llegado críticas acerca de la violencia y del modo en que respondes a ella?

Hasta mi libro más reciente, Smonk, la violencia solía mencionarse como una especie de leve advertencia, aunque no se la calificaba de gratuita. El tipo de personas sobre las que escribía viven (y vivían) con la violencia en su entorno, algunas personas conviven con ella a diario. Nosotros, los humanos, o al menos los estadounidenses, hemos llegado tan lejos para mejorar nuestra comodidad que hasta un simple padrastro puede ser motivo de desastre. O, al menos, de un relato minimalista.

Hace poco estuve en Río y, en contra de mi buen juicio, me lancé en parapente desde una montaña. Fue estimulante de una manera que nunca había experimentado. Esa noche subimos en moto por una montaña empinada y húmeda hasta llegar a una favela y pasamos un tiempo con la gente que ocupaba aquella montaña, gente a la que nadie podía obligar a marcharse. Nos cruzamos con hombres armados con ametralladoras y, desde entonces soy consciente de lo segura que es mi vida, en términos generales.

Quiero decir, claro, cualquiera puede morir en el momento menos pensado, un ataque al corazón, la caída de una pieza de un avión, balas perdidas, ataques extraños de abejas, socavones, serpientes diamantinas de cascabel… Pero aquel día, en Río, estaba tomando decisiones que me pusieron más cerca de la mortalidad de lo que había estado en mucho tiempo. Y el tópico es cierto: cuando más cerca te hallas de la muerte, más vivo te sientes.

¿En qué estás trabajando ahora?

En una novela ambientada en el Mississippi contemporáneo. Se titula Letra torcida, letra torcida (así es como se les enseña a los niños del Sur a deletrear «Mississippi»: M, i, letra torcida letra torcida, i, letra torcida i, i jorobado jorobado). Trata sobre un policía de un pueblo pequeño y el hombre que podría o no haber matado a una chica de la localidad.