WILLIAM GAY

BIOGRAFÍA

por J.M. WHITE

(traducción Javier Lucini)

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Da la impresión de que en todo lo que se refiere a William Gay no hay hechos, sino historias. Nació un 27 de octubre, o al menos esa es la fecha en que su familia celebraba su cumpleaños. Pero el año exacto ha sido puesto bastante en entredicho. A él le gustaba afirmar que había nacido en 1941, pero en algún momento se retractó y se quitó un par de años de encima, siendo así que en buena parte de la información biográfica que existe aparece 1943 como año de su nacimiento. Según su hermano pequeño, William nació en 1939. Y así con todo.

Parece ser que sus padres, cada uno por su lado, salieron de Alabama y se mudaron al condado de Lewis alrededor de 1934. Más adelante, se conocerían y se casarían. Su padre se llamaba Arthur y su madre Bessie. Vivían en la zona más pobre del condado, en lo que se conocía como la Colonia Suiza. Su padre había abandonado los estudios en cuarto de primaria y siempre mantuvo una postura categórica con respecto a las ayudas gubernamentales, en realidad a la ayuda de cualquiera. No quería nada del gobierno y no creía que al gobierno le correspondiese nada de lo suyo. Era un hombre corpulento, medía más de uno ochenta. La madre de William, en cambio, era bastante bajita. El viejo era un músico notable y la gente solía pasarse por su casa para pedirle que sacase el banjo y se pusiera a tocar en el porche.

En la familia había una evidente veta de talento. Elbert, el abuelo de William, también tocaba el banjo, y su tío Scott era un célebre vidente al que acudía gente de todas partes para consultarle todo tipo de cosas. El hijo mayor de William es músico y compositor. Su hija, Lee Gay, es escritora y ha publicado algunos libros. William quiso ser escritor desde muy pequeño y escribió su primera «novela» en la adolescencia. De niño solía recorrer con su hermano el sendero que atravesaba el bosque desde la casa de sus padres hasta la casa de sus abuelos y, mientras avanzaban por el tortuoso camino, William le iba contando a Cody historias que se iba inventando sobre la marcha. Sentía especial fascinación por las historias del oeste. Llegó a inventarse un héroe llamado Cowboy Kid, y recitaba constantemente sus peripecias para pasar el rato. Quiso dedicarse a escribir desde que tuvo uso de razón, pero en casa no había lápices ni bolígrafos, así que para sus primeras narraciones tuvo que fabricarse su propia tinta con tinte de nogal. Lo primero que hizo fue transcribir las historias que le había estado relatando a Cody en sus caminatas. Al cumplir los quince, se hizo con una pequeña carpeta de tres anillas y acabó dos «novelas». No tenían título, solo aparecía la palabra «novela» en la parte superior de la primera página. Llenaba toda la página a mano, luego le daba la vuelta y seguía escribiendo por la otra cara, de atrás hacia adelante, un hábito que mantuvo hasta el fin de sus días.

William era el mayor de tres hermanos. Nació en la cama de la casa de dos habitaciones en la que luego se criaría sin coche ni electricidad. Su padre, cuando residía en Alabama, se pasaba todo el día arando detrás de una mula por un jornal de cincuenta centavos, y las cosas no mejoraron mucho cuando se instalaron en Tennessee. Era un hombre muy trabajador y al final consiguió un puesto en el aserradero, cortando durmientes para el ferrocarril. No obstante, el aserradero estaba en Hohenwald y no tenía coche, así que tenía que caminar cerca de diez kilómetros todos los días para ir a trabajar, y otros tantos para volver a casa por la tarde. Los fines de semana, toda la familia se acercaba andando al pueblo para hacer la compra. La gente los veía avanzar en fila, por orden de altura. En aquellos tiempos, las tiendas de alimentación contaban con un viejo camión que te acercaba a casa con la compra cuando no disponías de coche.

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Cuando William cumplió los quince, se mudaron a una casa más grande en una comunidad local conocida como Grinder's Creek. La casa formaba parte de una granja más grande y se instalaron en ella como aparceros: no tendrían que pagar el alquiler siempre y cuando se «ocupasen» del terreno. La familia nunca tuvo coche «y se crió en la pobreza», como suele decirse en el Tennessee rural. Por Navidad a William solían regalarle el juguetito que venía dentro de la caja de cereales, o algo por el estilo. Lo que sí tenían era una radio, y William enseguida se quedó prendado de los sonidos que surgían del altavoz en los primeros tiempos del rock-n-roll, cuando Elvis lo estaba revolucionando todo y se transmitían los sonidos más increíbles desde los estudios Sun de Memphis, donde se estaba inventando una nueva forma de música.

William nunca fue muy dado a provocar peleas, pero tampoco las rehuía, siendo así que, durante su adolescencia, y ya de joven adulto, acabó varias veces entre rejas a causa de numerosas trifulcas. Una vez su padre tuvo que vender su banjo para sacarle del calabozo. A William le gustaba contar que su compulsión por la escritura se inició cuando estaba en séptimo curso y un profesor se enteró de que estaba leyendo las obras completas de Zane Grey y de Earle Stanley Gardner, entre otros escritores populares. El profesor le pasó El ángel que nos mira de Thomas Wolfe y El sonido y la furia de William Faulkner. Leyó El ángel que nos mira a la luz de una lámpara de queroseno, traspasado por el lenguaje de Wolfe. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el lenguaje poseía la capacidad de transportarte, que podía sacarte de ti mismo y de lo que quiera que fuese tu vida, de que la suma de la disposición de las palabras podía significar mucho más que las palabras por sí solas. Se quedó atónito y nunca llegaría a recuperarse. Inmediatamente se puso a escribir una novela.

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El propio William explicó todo esto en un breve texto que encontré en su archivo. Decía: «Cuando cursaba séptimo, un profesor se dio cuenta de que leía mucho, pero no muy bien. Devoraba a Zane Grey y a Earle Stanley Gardner, a Mickey Spillane y a Erskine Caldwell. “Muy variado, pero poco profundo”, me dijo. Al día siguiente se me presentó con la edición de Modern Library de El ángel que nos mira. “Lee esto y luego me cuentas qué te parece”, me dijo. Después de todos estos años aún me resulta difícil expresar lo que me pareció. Ese libro cambió mi vida, me lo empecé aquella misma noche y me vi inmediatamente inmerso desde la primera frase. El paisaje de Wolfe se me volvió más tangible que el de mi propio jardín y sus personajes se involucraron en mi vida tumultuosa, tan reales como la gente de mi día a día. El libro me abrió un telón ante el mundo. Articuló un impulso irrefrenable de escribir para el que no tenía explicación. Wolfe posibilitaba creer que las cosas de la vida, a través de una extraña alquimia, podían transmutarse a la página en blanco. Exigía que lo absorbiera todo en mi torrente sanguíneo, Wolfe me susurraba por la noche y su expansiva y cautivadora retórica de trompas aceleradas en las noches de octubre, su búsqueda incesante de la piedra, de la hoja, de la puerta desconocida, eran como una droga alucinógena».

Su exmujer cuenta la historia de un modo ligeramente distinto y explica que el amor que sentía William por los libros era en realidad una fuga de la pobreza total en la que creció. Pero esa fascinación, desde que tenía uso de memoria, le llevó a meterse de lleno en la lectura y en la recolección de libros y revistas. Empezó con los tebeos, una pasión que mantuvo el resto de su vida. De niño llegó a tener una auténtica colección que atesoraba en una maleta lo bastante amplia para contener tres filas de tebeos apilados prolijamente. El único lugar donde se conseguían tebeos y libros de bolsillo era la tienda del pueblo, donde tenían un estante giratorio rebosante de material. El dentista local también aportó su granito de arena. Se dio cuenta de que a William le gustaba leer y, de vez en cuando, le daba ejemplares viejos de las revistas Look, Life y Reader's Digest. Las tenía en la sala de espera y cuando llegaban los números nuevos le regalaba los ejemplares desfasados. Pero aquel material de lectura no le satisfacía, lo devoraba religiosamente, pero no era capaz de identificarse con la gente que aparecía en sus páginas. En las novelas sureñas de la época se hablaba de gente que formaba cuadrillas de linchamiento y que hacía cosas que él jamás había experimentado. Solo cuando comenzó a leer a Faulkner encontró una descripción de la gente del campo que le pareció tan real como sus vecinos y los parientes con quienes se crió.

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Las escuelas públicas de Tennessee figuraban en el nivel más bajo del país, en el número cuarenta y siete de los cincuenta estados, y las escuelas del condado de Lewis se encontraban a su vez entre las peores de los noventa y dos condados del estado de Tennessee. Por tanto, las oportunidades educativas que ofrecían las escuelas públicas en la época de la infancia de William eran bastante limitadas. No obstante, William era un lector voraz y estaba decidido a ser escritor. Además, las habilidades que trataba de cultivar no se enseñaban en ninguna escuela. Leía todo lo que caía en sus manos y no tardó en gravitar lejos de las novelas populares de detectives y misterio, así como de las novelas del boom de la literatura sureña que representaban aquel Sur lleno de destiladores de alcohol ilegal, pervertidos sexuales y pandillas racistas. Aunque no había escasez de aquellos iconos sureños en los condados rurales de la zona central de Tennessee, no era algo que pudiese relacionar con su vida. Los condados que quedan más al sur de la zona central de Tennessee hacen frontera con Alabama y el hogar de William en el condado de Lewis estaba a un solo condado al norte de la frontera estatal. Aunque no se trata del Sur Profundo, sí suele calificarse como Sur Rural aquella zona que tardó mucho en recuperarse de la Gran Depresión. El condado de Lewis también tardó mucho en adquirir las comodidades de la vida moderna, la electricidad y la televisión tardarían en llegar. En el instituto había una pequeña biblioteca y una bibliotecaria, y William no dudó en aprovecharse de sus servicios hasta que se leyó todos los libros que había en los estantes. Le gustaba recordar la vez en que le preguntó a la bibliotecaria cuánto había pagado para trabajar allí, dando por hecho que pasarse todo el día en una biblioteca, rodeado de libros, era un privilegio por el que había que pagar.

Después de graduarse en el Instituto del Condado de Lewis, se alistó en la Marina y se pasó dos años en el servicio, parte del cual lo pasó en la costa de Vietnam. William nunca soportó a los jefes y le costó mucho digerir las autoridades de las Fuerzas Armadas. En una ocasión le pillaron por ausentarse sin permiso y acabó en el calabozo. Le gustaba mucho contar la historia de cuando estuvo a bordo de uno de los buques de la Marina y se las ingenió para introducir a bordo un pequeño tocadiscos. Se quedaba hasta altas horas de la madrugada escuchando música. Se aficionó a Bob Dylan desde el primer momento, le fascinaba la poesía de sus letras y su conocimiento de la música folk estadounidense. Estaba escuchando «Like a Rolling Stone» y justo cuando empezó el estribillo, «How does it feel…», irrumpió un superior en el camarote y, al escuchar la voz de Dylan, se pilló tal rebote que desenchufó el tocadiscos de un tirón, cerró la tapa, subió a la cubierta y lo arrojó por la borda.

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William acabó el servicio militar en Nueva York y residió en el Village durante una temporada. Le habían destinado allí y tenía una novia que se llamaba Sarah. Tuvo problemas con ella a propósito de una canción de Dylan. Se ve que no paraba de poner una y otra vez el tema «Don't Think Twice, It's Alright» y llegó un momento en que ella pensó que iba a volverse loca. La energía de Nueva York debió resultarle inspiradora, la contracultura estaba en su máximo apogeo y, como aspirante a escritor, podía sentir la energía literaria de la que por aquel entonces, igual que ahora, se consideraba la capital editorial del país. En 1962, en cuadernos, ya estaba produciendo relatos y trabajando en varias novelas. En 1965 puso punto final a una novela, que aún permanece inédita y que transcurría en el Tennessee rural.

Empezó a pintar al óleo desde muy joven. En cierto momento, alguien que sabía de su interés por la pintura le regaló uno de esos libros para aprender a pintar en el que aparecían dibujos seccionados y numerados; los números indicaban el color que correspondía a cada sección. William le dio la vuelta y dibujó por detrás un tren pasando entre un emparrado bajo un cielo oscuro. Su madre lo enmarcó y estuvo colgado en la pared de su casa hasta su fallecimiento. Al final acabó regresando al condado de Lewis, pero como por allí no había trabajo y él era culo de mal asiento, decidió largarse a Chicago. Se mudó a Chicago con su hermano Cody para intentar ganarse la vida. Se instalaron en el gueto redneck donde se congregaba la gente de la zona rural de Tennessee y otros estados sureños. Encontró trabajo, pero la vida de la ciudad no le satisfacía y, al cabo de un breve período de tiempo, regresó a Hohenwald, de donde ya no se movería nunca. Desde aquel momento y hasta que empezó a publicar en 1998, trabajó a intervalos como carpintero, instalando placas de yeso y pintando casas. Aceptaba ocasionalmente trabajos en fábricas de todo tipo, pero aquellos puestos nunca le duraban mucho. Trabajaba el tiempo suficiente para pagar unas cuantas facturas, momento en que lo dejaba y se dedicaba exclusivamente a escribir. Incluso en los períodos en los que trabajaba, al llegar a casa sacaba una silla al exterior y se sentaba al borde del bosque a escribir en sus cuadernos. Al trabajar de día entraba en una especie de trance de escritor y desplegaba en su imaginación la línea argumental del cuento que estuviese tramando, desarrollaba a los personajes y trabajaba en las distintas tramas. Luego, al llegar a casa, escribía la línea argumental que llevaba todo el día imaginando.

En aquel entonces leía revistas literarias como The New Yorker, Harper's y The Atlantic Monthly y cuando acababa un relato les mandaba una copia manuscrita. No tardó en averiguar que los editores ni se molestaban en mirar los relatos que les llegaban escritos a mano, así que se hizo con su primera máquina de escribir. Nunca llegó a dominar del todo la mecanografía y aporreaba las letras del teclado con la técnica de los dos dedos. Luchó contra el desaliento y continuó presentando cuento tras cuento, animado por las ocasionales cartas de rechazo en las que, al menos, se molestaban en comentar su obra en lugar de limitarse a enviarle una rutinaria notificación de rechazo.

En 1968 se casó con Diane Bowen en el juzgado del condado de Lewis. Vivieron en un montón de sitios dentro del condado de Lewis y, durante un tiempo, salieron al condado de Wayne, no muy al sur de la casa donde residieron en Sinking Creek, un lugar cuyo nombre aparece en varios de los relatos que acabaría escribiendo. En esa época, William trabajaba esporádicamente, lo dejaba y se dedicaba a vagar por el bosque, a recolectar gingseng y a escribir. Cuando no podían pagar el alquiler, les desahuciaban y William se las ingeniaba para encontrar otra casa y otro trabajo que les permitiese pagar el alquiler durante un tiempo hasta que volvía a repetirse el mismo esquema.

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William y Diane comenzaron a tener hijos y no tardaron en verse con dos niñas y dos niños. Se las arreglaron para comprarle un terreno al tío de William y se pusieron a construir una casa. Al levantar las paredes, tendieron un plástico por encima y se mudaron. William volvía a buscarse un trabajo para conseguir dinero y adquirir los materiales para seguir trabajando en la construcción de la casa hasta que los materiales se agotaban, momento en que volvía a buscarse un trabajo para conseguir un poco más de dinero para adquirir los materiales… y así. Empezaron sin electricidad, con lámparas de queroseno. Terminó la casa y residieron allí durante casi dos décadas. Sus hijos se criaron bajo aquel techo. William trabajaba de carpintero entre semana y, a veces, los fines de semana se iba a trabajar con su hermano, que instalaba placas de yeso. Mientras, recopilaba todos los libros y revistas que se le ponían a tiro. Leía con voracidad, todo lo que encontraba sobre literatura sureña, y siempre estaba al tanto de las voces literarias de Nueva York. Le gustaba sobre todo Davis Grubb, que desdeñaba el uso de las comillas en los diálogos y escribía novelas realistas sobre el Sur; su libro más conocido era La noche del cazador, del que se hizo una célebre película. A William le encantaba la música y el cine, y leía revistas especializadas de ambas cosas. Tenía un lugar en el exterior de la casa, al extremo del patio, donde iba a sentarse a escribir, y cuando acostaba a los niños se quedaba hasta tarde emborronando sus cuadernos.

DAVIS GRUBB, autor de LA NOCHE DEL CAZADOR

DAVIS GRUBB, autor de LA NOCHE DEL CAZADOR

Todos los niños adoptaron motes. A William su padre lo llamaba Buster y nadie, ni en su familia ni entre sus amigos, lo llamaba William. Cuando la familia le puso una lápida en el cementerio familiar inscribieron su nombre completo en la parte superior, William Elbert Gay, y debajo, entre paréntesis, Buster.

Su fascinación por la pintura nunca decreció y la familia solía regalarle por Navidad tubos de pintura al óleo que él vaciaba enseguida. Pintaba sobre las cubiertas de viejos discos de treinta y tres rpm, más adelante comenzó a rescatar tablas de revestimiento de un metro por dos y medio, las cortaba a tamaño lienzo y pintaba por detrás. Era un material de construcción muy común en los años cincuenta y sesenta, y había paneles manufacturados muy finos que estaban pulidos por la parte frontal, pero por detrás tenían cierta textura, por lo que la pintura se fijaba mejor y era más adecuado que el cartón como lienzo improvisado. Pintaba paisajes de los alrededores de Sinking Creek, donde vivían en aquella época.

Durante todo ese tiempo escribió en cuadernos de espiral, rellenando las hojas a mano por ambas caras. Solía sentarse a escribir con la taza de café posada en la página opuesta. Encontraba un trabajo hasta que o bien tenía dinero suficiente para comida y demás gastos o bien no podía seguir soportando a su jefe, momento en que lo mandaba a tomar vientos y se dedicaba a escribir. Finalmente logró acabar la casa con un ático cubierto de estanterías que llenó de libros. Cuando daba con un libro que despertaba su admiración lo leía una y otra vez. Estudió a Faulkner leyendo sus libros, y no paró hasta haberse leído todo lo que había escrito en su vida, aparte de las cuantiosas biografías y estudios críticos que se publicaban. Sentía un especial interés por Mientras agonizo y por El villorrio, dos obras que releía casi cada año. Por casualidad, se topó con un libro de Cormac McCarthy en una tienda de artículos de segunda mano de Hohenwald, Tennessee. Hohenwald es célebre por sus tiendas de segunda mano y los únicos libros disponibles en el pueblo eran los libros baratos de bolsillo del colmado o los libros usados de las tiendas de segunda mano. William rebuscaba en ambos lugares a la caza de cualquier cosa que le atrajese. Pero en Columbia había una librería de verdad y se pasaba por allí siempre que tenía oportunidad. Además, tenían un estante de revistas en el que podía encontrar ejemplares de The New Yorker y de otras revistas que publicaban relatos. Él las leía y luego las tiraba en el ático. Al final el suelo del ático quedó cubierto por varias capas de revistas.

CORMAC MCCARTHY

CORMAC MCCARTHY

William encontró una copia del segundo libro de Cormac McCarthy, La oscuridad exterior, en una de aquellas tiendas de segunda mano. Tenía la cubierta desgarrada, pero no le importó. Lo leyó en un santiamén y le emocionó haber dado con alguien que poseía un estilo equiparable al de los grandes autores que tanto admiraba y que escribían sobre las gentes y los lugares de la zona rural de Tennessee. Le pasó la novela a su hermano Cody, que era también un gran lector de literatura sureña. Luego William se dirigió a la librería de Columbia y pidió un ejemplar de El guardián del vergel, la primera novela de Cormac. Cuando le llegó lo leyó con el mismo entusiasmo. No podía sentir más admiración, y enseguida averiguó que el autor residía en Knoxville. Así que un buen día William llamó al número de información de Knoxville y preguntó si había un tal Cormac McCarthy en el listín. Para su sorpresa, le facilitaron el número. Llamó y se quedó conmocionado cuando el propio Cormac descolgó el teléfono. William tenía un acento muy característico, así que Cormac debió darse cuenta enseguida de que estaba hablando con alguien de un entorno rural. Conectaron cuando se pusieron a hablar de su mutua admiración por la obra de Flannery O'Connor. William siguió llamándole por teléfono de vez en cuando y continuaron manteniendo aquellas charlas telefónicas hasta que un día Cormac le preguntó a William si había escrito algo. Al enterarse de que William también era escritor se ofreció a leer algo de lo que hubiese escrito. En aquel entonces, William estaba trabajando en varias novelas al mismo tiempo, entre ellas la que acabaría convirtiéndose en Provinces of Night, así que se las apañó para pasar a máquina un largo fragmento y se lo mandó a Cormac por correo. A los pocos días le llegó de vuelta con los márgenes cubiertos de comentarios.

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Por ejemplo, en una página William había escrito: «Por debajo de él, las vías del tren corrían paralelas a la carretera y el tren pasó por debajo de él con impío estruendo. Boyd contempló el traqueteo y las sacudidas de los vagones hasta que el tren desapareció de la vista. El aullido desolado del silbato colgó en el aire como el grito de un penitente atormentado, burlón pero, en cierto modo, acusatorio». Cormac subrayó las palabras «por debajo de él» para señalar que se repetía en la misma frase, y le dirigía con dos rayas y una flecha hacia un comentario al margen que decía: «El mejor consejo que le dio G. Stein a E.H.: condensa». E.H. era, por supuesto, Ernest Hemingway, que admiraba mucho a Gertrude Stein y solía visitarla en París. McCarthy también remarcó las palabras «el traqueteo y las sacudidas de» entre paréntesis. Al parecer recurría a los paréntesis como marca de aprobación para las frases que le gustaban. Cormac acababa con una nota al margen sobre la última frase del párrafo diciendo: «¿Un poco dramático?». En el espacio libre de esa misma página, Cormac remarcó que William había utilizado la palabra «pálido» en tres ocasiones, la subrayó una vez la primera vez, dos la segunda y tres la tercera, con otra nota al margen: «Esta palabra aparece demasiado a menudo». Al final, William utilizaba una palabra que no existía en el Diccionario Oxford al describir una carretera que se veía a lo lejos, y Cormac se la subrayó. En la siguiente página volvía a aparecer. Cormac la subrayó dos veces proponiendo al margen una alternativa y dejando claro que tampoco le había gustado cuando aparecía en la página anterior.

Mientras, Cormac estaba corrigiendo Suttree y le envío una copia del manuscrito a William. Encontrarse una copia del manuscrito de Suttree en el buzón fue uno de los momentos más memorables de la vida de William. Lo leyó dos veces seguidas y luego se lo dejó a su hermano antes de devolvérselo. Cormac publicó Suttree en 1979, que fue más o menos la época en que se marchó de Knoxville y se instaló en los alrededores de Nashville durante un tiempo antes de mudarse definitivamente al oeste. Por entonces mantenían correspondencia y William recibió varias cartas de Cormac tanto antes como después de su marcha al oeste. En cierta ocasión, William recibió una llamada telefónica de la mujer de Cormac, preguntándole si sabía dónde podía estar su marido. Parece ser que Cormac se había ido sin decirle nada, así que ella se había puesto a llamar a todos sus conocidos para tratar de averiguar dónde estaba. William no tenía ni la más remota idea y no la pudo ayudar.

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Los hijos de William recuerdan las décadas de 1980 y 1990 como una época idílica que les gusta comparar con una especie de versión actualizada de La casa de la pradera. Crió a los niños entre música y libros, les leía a diario. Luego, cuando se iban a la cama, se sentaba a escribir. William nunca comía con la familia. Su mujer pensaba que era porque prefería estar por ahí fuera, leyendo, pero la verdad es que siempre le dio apuro comer delante de otras personas. Cuando llegaba a casa del trabajo por la tarde, el más pequeño le esperaba siempre sentado en los escalones del porche. Los niños dibujaban con lápices de colores en sus cuadernos y entre las páginas de sus escritos se pueden ver un montón de dibujos de coches y tractores.

Según la mujer de William lo mejor de su obra lo escribió en la década de los años setenta y sus últimos escritos no tienen la misma calidad. Continuó escribiendo sus relatos a picotazos en máquinas de escribir baratas con las que llegó a adquirir una cierta destreza. Pero no dejó de recibir cartas de rechazo, y cuando incorporaban algún comentario era siempre para decirle que abandonase el lenguaje poético y, por supuesto, a lo que él dedicaba más esfuerzo era precisamente a lo contrario, a incorporarlo. De vez en cuando le invadía el desánimo, pero descubrió que no podía concebir la vida sin la escritura, así que no tardaba mucho en reanimarse y en seguir adelante.

En cierto momento de 1980, William dio con un agente en Nueva York que trabajaba a comisión y que presentó el manuscrito de lo que luego sería El hogar eterno, que por aquel entonces se titulaba El abismo, en varias editoriales. Se las arregló para pasarlo todo a máquina y hacer unas cuantas copias. Respondieron por correo y el agente le dijo que si se desembarazaba del lenguaje florido tendría muchas posibilidades de verlo publicado. Eso no iba a suceder, después de haber llegado a dominar el uso de un lenguaje tan polivalente, ni siquiera estaba dispuesto a considerar la idea de desaprenderlo. Sabía que su estilo solo funcionaba con el lenguaje poético, y estaba decidido a seguir por ese camino. Parece ser que algunos editores manifestaron cierto interés, pero nunca fueron capaces de llegar a un trato, aunque suscitaron en William y en su familia la esperanza de poder llegar a convertirse en un autor publicado.

Siempre hubo tensión en la relación con su esposa. Formaron una familia, pero vivieron sumidos en una pobreza permanente, siempre sin dinero para pagar las facturas. Para William era un constante malabarismo conseguir el dinero para pagar las facturas más urgentes y dedicarse luego a escribir, dejando el trabajo. Cuando sus hijos acabaron el instituto no hubo nada que siguiera uniendo a la pareja, y William y Diane se separaron. Más adelante, decidieron divorciarse. William se mudó y vivió en varias casas alquiladas en el condado de Lewis, siguió trabajando, sobre todo pintando casas, instalando paneles de yeso o haciendo cualquier tipo de arreglo de carpintería, lo que fuera con tal de sacar el dinero del alquiler. En cierto momento pudo pagarse una casa propia, pero el suelo de una de las habitaciones se había podrido y la tierra estaba al descubierto. Su hermano le dijo que iba a ir a visitarle y, cuando llegó, una araña enorme salió de debajo de un mueble de su habitación y se puso a deambular por el suelo. Cuando se la señaló a William, su respuesta fue: «Sí, vive aquí». Tenía una clara postura de vive y deja vivir con aquella araña y no pensaba matarla ni echarla de casa. No tenía armas y nunca practicó la caza. No parecía preocuparle mucho la ropa ni el espacio donde vivía. Mientras tuviese unos viejos vaqueros, una camisa caliente, un abrigo y un sombrero, se daba por satisfecho. Aparte de un techo sobre su cabeza, no necesitaba más.

Ya en la última década del siglo XX, William había concluido la mayor parte de al menos cuatro novelas. Tenía cuadernos con lo que acabaría siendo El hogar eterno, Provinces of Night, muchos de los relatos que compondrían I Hate To See That Evening Sun Go Down, otra novela a la que por aquel entonces se refería como Fugitives of the Heart y una novela corta basada vagamente en la historia de la Bruja Bell que tituló Little Sister Death. Sus dos hijas le ayudaban a pasar los textos a máquina y eran expertas en descifrar su letra que, cuanto más escribía, más peculiar se volvía. Al final dejó de poner el palito a la t y el punto a la i, y eso hizo que fuese mucho más arduo desentrañar sus textos para cualquiera que no fuese de la familia.

William acabó viviendo en un tráiler en Grinder's Creek. Estar en Grinder's Creek le hacía muy feliz porque había pasado allí la mayor parte de su infancia y conocía tanto el territorio como a la gente. Finalmente, en 1998, su vida cambió drásticamente y comenzó a ser publicado. Vivió un largo preámbulo en el que fue adquiriendo una vasta experiencia de primera mano, escribiendo en cuadernos, esforzándose por pasarlo todo a máquina, enviando sus escritos a todas partes y acumulando años de rechazos. En los primeros tiempos, apuntó a las revistas literarias más importantes y envió sus relatos a revistas como The New Yorker y Atlantic. Al final se figuró que sería más acertado empezar por revistas más pequeñas y no tan prestigiosas, por lo que empezó a mandar sus textos a publicaciones del Sur que publicaban a autores sureños. Entonces su vida cambió en el curso de un año. De repente estalló en la escena literaria y, en el mismo mes, se enteró de que tanto la Georgia Review como la Missouri Review habían aceptado publicar sus cuentos. En los siguientes años llegaría a publicar en Harpers, GQ, Atlantic, Southern Review y Oxford American, entre otras.

Tras los varios rechazos de los años anteriores, se convirtió en un habitual de la Oxford American y, al final, acabaría siendo uno de sus colaboradores. Publicó con regularidad reseñas de música y, en el último año de su vida, llevó una columna musical en la página web de la revista. En cuanto empezó a publicar, sus relatos aparecieron en antologías como New Stories from The South, The Year's Best (1999, 2000 y 2001), Best New American Stories (2000), O'Henry Prize Stories (2001), Best Mystery Stories (2001), Best Music Writing (2001) y Stories from the Blue Moon Café, Anthology of Southern Writers, (2002). Uno de sus relatos, el titulado originalmente «The Paperhanger, the Doctor's Wife and the Child Who Went into the Abstract», que había publicado antes un amigo suyo de Hohenwald en formato folleto, llegaría a convertirse en uno de los relatos más antologados de la literatura moderna. Hasta el momento ha aparecido nada menos que en catorce antologías diferentes, incluyendo Best Stories of the Past Decade, Best Stories of the Last Hundred Years y Best of the Best.

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Uno de los editores de la Missouri Review también tenía una pequeña editorial en Denver: MacMurray & Beck. Un día William recibió una llamada de MacMurray & Beck, era aquel mismo editor que quería saber si tenía alguna novela que le gustaría entregarles. Siempre que contaba aquella historia decía con cierto aire arrogante. «Y, por supuesto, les mande una». De hecho tenía varias listas para ver la luz, pero acabó enviando el manuscrito de lo que acabaría siendo El hogar eterno. El editor le hizo saber que les gustaba mucho, pero querían cambiarle el título; por aquel entonces se seguía titulando El abismo. William había estado hacía poco en el funeral de un familiar y, en la ceremonia, el predicador había citado el capítulo 12, versículo 5, del Eclesiastés: «[…] cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre se dirige al hogar eterno, y los plañideros andarán a su alrededor por las calles». Supo al instante que ya tenía el título y llamó a su editor para revelárselo: El hogar eterno. Aunque a la editorial le gustó mucho el libro, le propusieron que hiciera varios cambios y que lo acortara considerablemente. Siendo la primera vez que colocaba una novela, no creyó estar en buena posición para negociar y, al final, accedió a regañadientes a realizar todos aquellos cambios que le recomendaron, aunque siempre se arrepintió. No obstante, el manuscrito original existe en alguna parte y lo mismo el día menos pensado podremos leer el texto restaurado.

La novela salió en 1999 y recibió críticas muy positivas, entre ellas la del New York Times. A los pocos días recibió una llamada de una joven agente literaria de Nueva York que logró colocar su segunda novela en Doubleday al año siguiente. William fue capaz de hacerlo porque ya tenía la novela, Provinces of Night, prácticamente terminada y lista, era parte del material concluido a lo largo de las dos décadas pasadas. De nuevo obtuvo críticas muy favorables. Las dos novelas se publicaron en Inglaterra y el segundo libro se tradujo al alemán. A raíz de la publicación de El hogar eterno ganó el Premio William Peden y el James A. Michener Memorial Prize en 1999. En 2002 fue galardonado con una Beca Guggenheim y, unos años más tarde, fue nominado a un importante premio en metálico como Artista Becado de Estados Unidos que, al final, obtuvo.

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Cuando residía en el tráiler instalado en Grinder's Creek, alguien entró a robar y se llevó un montón de manuscritos. Estaba trabajando en una nueva novela que transcurría en el siglo XIX, en el Natchez Trace. Me contó que una de las mejores cosas que había escrito estaba en ese manuscrito perdido, una escena en la que el personaje principal llega a un río que tiene que cruzar, con reminiscencias de Mientras agonizo de Faulkner. Ese manuscrito escrito a mano en un cuaderno, y buena parte de sus escritos sobre música, desaparecieron y jamás se recuperaron. Aquello le dejó conmocionado hasta el punto de no querer intentar reescribirlo. Para él, una vez que la inspiración para determinada escena golpeaba, ya no había vuelta atrás, y una vez escrita, quedaba escrita y no había forma de reescribirla. Aunque revisaba sus últimos borradores, siempre fue reacio a reescribir.

Con los anticipos de las dos novelas y el dinero de los galardones del Guggenheim y de la United States Artist, su situación financiera pasó a ser, por primera vez en su vida, bastante segura. Pudo mudarse a una casa mucho mejor en Little Swan Creek, a tan solo unas millas de Grinder's Creek y no muy lejos del Natchez Trace. La casa se hallaba a pocas millas del perímetro urbano de Hohenwald, pero esa escasa distancia bastaba para que uno se viera inmerso en un ambiente extremadamente rural. Enseguida llenó el salón de estanterías y colgó sus propias pinturas al óleo en las paredes para sentirse totalmente en casa en su nuevo domicilio. Su hijo mayor, Chris, se fue a vivir con él y ambos disfrutaban del mismo tipo de música y de entretenimiento, por lo que se adecuaron a un estilo de vida muy confortable gracias a su recién adquirida fama literaria.

William se vio de pronto muy reclamado para hacer giras promocionales y dar charlas literarias. Hizo una gira sureña para promocionar sus libros y visitó librerías y centros literarios por todo el Sur. Cada año, el Tennessee Committee for the Humanities de Nashville celebraba una de las conferencias literarias más importantes del Sur de Estados Unidos y, a partir de entonces, le pidieron que asistiera todos los años. Otra universidad local, la Austin Peary, en Clarkville, celebraba una conferencia literaria anual y Willian no tardó en convertirse en el plato fuerte del evento, al que también le invitarían año tras año. Grabaron en video varias de sus apariciones, que puede disfrutar en la web todo aquel interesado en ver a William en persona leyendo fragmentos de sus obras y respondiendo a las preguntas del público asistente. Era muy dado a citar un párrafo de la primera página de La aventuras de Huckleberry Finn en el que Mark Twain hace referencia a la necesidad de recurrir a unas cuantas exageraciones en relación a la realidad que retrata en la novela. Además, Sewanee, la Universidad del Sur, en la cercana Monteagle, tenía una larga tradición de alojar a escritores sureños de la máxima categoría y William recibió la llamada de Tam Carlson, del Departamento de Lengua, para invitarle a asistir a la conferencia anual de escritores que se celebraba en el campus cada verano. A eso le siguió la invitación a impartir un curso durante un semestre. Los alumnos que asistieron a los seminarios de William Gay lo recuerdan como un hito fundamental en su formación.

En el curso de todos aquellos viajes y conferencias, William trabó amistades que serían muy importantes durante lo que le restaba de vida. En una de aquellas conferencias se puso en la cola que se había formado para hablar con el editor de Cormac McCarthy. Mientras aguardaba su turno entabló conversación con la persona que tenía detrás y resultó que los dos estaban obsesionados con la escritura de Cormac y, de hecho, querían hacerle la misma pregunta al editor. Cormac acababa de publicar Todos los hermosos caballos, que había obtenido una enorme publicidad y había catapultado a Cormac de ser un «escritor de escritores» a la fama nacional y a la fortuna. La persona que tenía detrás resultó ser Tom Franklin, que acabaría convirtiéndose en amigo íntimo de William, autor de unas cuantas obras que le otorgaron un gran reconocimiento literario. La pregunta que querían plantearle al editor era qué había llevado a Cormac a cambiar tan radicalmente de estilo. Sus dos libros anteriores, Sutree y Meridiano de sangre, son dos de las novelas más aclamadas de los últimos cien años y mantenían el estilo de sus primeras obras, con un lenguaje poético que rivalizaba con el de William Faulkner. Así que para William y Tom Franklin, Todos los hermosos caballos carecía de aquella poesía tan destacada de sus obras previas, de aquel estilo que las marcaba como grandes logros, situándolo junto a James Joyce y las mejores voces del panteón de la literatura moderna. Ahora Cormac estaba escribiendo una novela del oeste sin nada de todo eso, limitándose a contar una historia más o menos atractiva que se desarrollaba en Texas y en México. Tanto William como Tom consideraban una traición el abandono de aquel estilo que tanto el uno como el otro amaban y admiraban. Lo consideraban como una apuesta por aquella popularidad que el mismo Cormac siempre había ridiculizado en tiempos pasados. El editor hizo poco por arrojar luz sobre el tema puesto que los manuscritos de Cormac McCarthy llegaban a la editorial más o menos listos para su publicación y tenía la reputación de no necesitar ni aceptar ninguna aportación por parte de sus editores.

TOM FRANKLIN

TOM FRANKLIN

Pero después de aquel encuentro, William y Tom se fueron a tomar una cerveza y a comparar sus notas, se intercambiaron los números de teléfono y, a partir de entonces, se convertirían en muy buenos amigos. Tom llamaba a William ya entrada la noche y hablaban durante una hora o más. Tom le leía en alto la obra que tuviese entre manos y le pedía a William su opinión. Tom estaba impartiendo clases en la Ole Miss de Oxford y William le tomó cariño a esa localidad, el legendario pueblo natal de William Faulkner. Acostumbraba a recorrer el Natchez Trace para asistir como ponente invitado a las clases de Tom y para dar recitales en las librerías locales y en los eventos literarios de la zona. Dio con alguien en Oxford que se mostró más que dispuesto a ir a recogerle a su casa, por lo que ni siquiera tuvo que preocuparse de conducir. No era muy aficionado a viajar, pero el hogar de Faulkner estaba muy cerca del Natchez Trace, un camino que se abría paso por el sur de Tennessee, cruzaba la frontera de Mississippi y seguía bajando hasta Natchez, Mississippi, por una autopista próxima a Tupelo, donde podían desviarse y recorrer los cuarenta y cinco kilómetros que les separaban de Oxford. El Natchez Trace era una vieja senda india que acabó convirtiéndose en un camino pionero y se conservaba como una carretera pintoresca de dos carriles con un límite de velocidad de no más de setenta y cinco kilómetros por hora y acceso limitado. Aquel camino le resultaba bastante relajante y era uno de los pocos trayectos por carretera que disfrutaba de verdad.

Rowan Oak

Rowan Oak

En Oxford siempre realizaba un peregrinaje a la casa de Faulkner, Rowan Oak, donde le conocían por su obra. En una de aquellas visitas, un día de no mucho jaleo, los miembros del personal le ofrecieron sentarse en el escritorio de Faulkner y escribir algo con su máquina de escribir. Sin embargo, la oportunidad le aterró y declinó la oferta.

En sus viajes para dar conferencias trabó amistad con Sonny Brewer, propietario de una librería en Fairhope, Alabama. Fairhope, al igual que Oxford, era uno de los hervideros literarios del Sur, y William siempre era bienvenido, le invitaban constantemente a asistir a todo tipo de eventos. Sonny y él se hicieron muy amigos y Sonny comenzó a editar una antología de literatura sureña anual que llamó The Blue Moon Cafe, en la que no hubo ni una sola entrega que no incluyese el último relato de William. Sonny tenía profundas conexiones con muchos de los mejores escritores del género Sureño, como Harper Lee, que vivía cerca. Sonny conectó enseguida con William y se convirtieron en compañeros de viaje para los eventos literarios. Sonny escribió unas cuantas novelas y a menudo les invitaban a los mismos actos, por lo que a Sonny no le importaba subir, pasarse un par de noches en casa de William y acompañarle después al evento.

Cuando llegué a conocer a William en persona, me ofrecí también para llevarle y, de vez en cuando, le acompañé a Nashville y a Clarksville. Era algo extraordinario estar junto a William en una conferencia literaria, los demás escritores presentes, sin excepción, querían estrecharle la mano y hablar con él. En el curso de aquellos eventos todos los que tenían un nombre, así como su creciente legión de fans, querían acercarse y charlar con él. Todos los aspirantes a escritor que había entre el público, y siempre había un montón, quería pasar unos minutos con él y pedirle, inevitablemente, consejo. Muchos se le acercaban con manuscritos que querían que leyese. Él era muy amable con todo aquel plantel de escritores y aceptaba gentilmente sus obras, se las llevaba a casa y las examinaba, las marcaba y se las enviaba de vuelta.

A medida que fue envejeciendo se fue haciendo cada vez más reacio a asistir a recitales y conferencias literarias, pero no podía desaprovechar el dinero que le brindaban. A pesar de todo, aquellos eventos parecían pasarle factura y aunque siempre se le trataba con admiración y respeto, se sentía muy incómodo exponiéndose al público. También comenzó a complementar sus ingresos con la venta de sus cuadros. Siempre había pintado, pero sobre todo cuando llegaban las vacaciones, para regalárselos a sus hijos y a sus nietos. Muchos de sus cuadros tienen inscripciones con los nombres de los miembros de su familia. A medida que fue aumentando su fama literaria, sus cuadros empezaron a ser codiciados por los coleccionistas. Son cuadros oscuros y poseen un cierto sentimiento primitivo, algunos tienen las proporciones ligeramente alteradas. Sin embargo, los colores muestran de vez en cuando una vaga influencia modernista, una extraña mezcla de paisajes oscuros con colores que se entremezclan y se combinan de un modo abstracto y expresionista. Cuando se dio cuenta de que podía hacer dinero con su obra pictórica se animó y comenzó a dedicar más tiempo a la pintura. Ahora utilizaba lienzos convencionales y pensaba en nuevos motivos, antes jamás se había aventurado más allá de la pintura paisajista.

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Al igual que en su escritura oscura hay algo inquietante en sus cuadros, algo casi aterrador, como si estuviesen embrujados o representasen únicamente lugares embrujados.

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En cierto momento le propuse montar una exposición, y la idea le interesó mucho. Se puso a pintar hasta tener unos quince cuadros nuevos. Llamé a una galería de Oxford y al dueño le encantó la propuesta y la hizo coincidir con la conferencia literaria anual de Ole Miss. La exposición fue un éxito. Un coleccionista acudió desde Texas y compró seis obras, acabó vendiendo casi todas las nuevas. Más tarde, cada vez que daba un recital en Landmark Books, en Franklin, o en cualquier otro establecimiento local, se llevaba un par de cuadros que enseguida le quitaban de las manos.

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William continuó escribiendo, produciendo nuevos relatos y artículos sobre la música y los músicos que más le gustaban. Además, escribió una nueva novela que, en un primer momento, quiso llamar Cut Flowers, pero luego cambió por Twilight. Recibió muy buenas críticas y no tardó en ser publicada en Inglaterra, Alemania, Italia y Francia, donde llegó a obtener un premio literario. Tenía un montón de material acumulado que había ido escribiendo en los años setenta y ochenta; pero lo dejó todo en el ático de la casa que construyó con sus propias manos y jamás volvió para reclamarlo. Una vez que dejaba algo, nunca regresaba a ello, y aunque tenía escritas varias obras importantes, nunca hizo el menor esfuerzo por recuperarlas; en su lugar, se ponía a trabajar en algo nuevo. Me contó una vez que una revista le había ofrecido diez mil dólares por una novela corta y estaba dándole vueltas a una obra que se iba a llamar The Wreck of the Tennessee Gravy Train. Más adelante me enteraría de que tenía mecanografiada una novela corta asombrosa de cien páginas titulada Little Sister Death en el viejo ático. Se trata de la novelización de la historia de la famosa casa encantada de la Bruja Bell, en Tennessee, y es uno de los relatos más espeluznantes que he leído en mi vida. Al lector le entran escalofríos y está a la altura de cualquier relato escrito por Edgar Allan Poe. Pero no fue a por ella para mandársela a la revista, prefirió ponerse a trabajar en algo nuevo. Formaba parte de su ética de escritor seguir siempre hacia adelante y emprender continuamente cosas nuevas.

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Siguió escribiendo a mano y, al final, pasó de la máquina de escribir al ordenador, pero nunca llegó a teclear con más de dos dedos y jamás llegó a dominar del todo el ordenador. Diferentes amigos le regalaron ordenadores y le enseñaron a utilizarlos. Tuvo varios, pero cuando se ponía a escribir algo luego no sabía cómo guardarlo, o si lo lograba después no sabía cómo volver a abrirlo, por lo que siempre le resultaba de lo más frustrante. Muchos miembros de su familia intentaron echarle una mano y él llego a ingeniárselas para escribir unos cuantos relatos en el ordenador.

En el último año de su vida, William bajó el ritmo de manera considerable. A su hija le diagnosticaron un cáncer fatal, aunque él nunca quiso hablar de ello. Laura lo llevó con asombrosa gracia y aplomo. Tenía cuatro hijos varones y un marido y vivió hasta el final sin amargura ni remordimiento. Pero aquella experiencia dejó muy afectado a William, tanto emocional como económicamente. Su hijo pequeño también tuvo problemas. Estuvo involucrado en un accidente de coche mortal y acabó pasando un tiempo entre rejas. William estuvo a su lado durante su encarcelamiento, le apoyó en todo, le escribía con regularidad y le hacía llegar todo lo que se le permitía enviarle, ya fuese dinero o comida. Luego sufrió una serie de ataques no diagnosticados. Uno de los primeros le sobrevino mientras asistía a la Feria del Libro anual de Nashville. Estaba en la habitación de un hotel del centro de Nashville y, de pronto, perdió completamente la memoria, no sabía dónde estaba ni qué estaba haciendo allí. Afortunadamente le acompañaba uno de sus hijos. Chris no tardó en encontrarle aturdido y desorientado en la habitación y se lo llevó inmediatamente de vuelta a casa. Se recuperó y se negó a ir al médico. Todo aquello le dejó bastante afectado.

Continuó siendo un lector voraz. Yo le llevaba libros y él disfrutaba leyéndolos, luego hablábamos sobre ellos hasta desentrañarlos. Le descubrí autores como Jean Genet y Lawrence Durrell, así como a escritores de la nueva literatura latinoamericana, gente como César Aira y Roberto Bolaño. Se leía todas las revistas que caían en sus manos y estaba suscrito a un montón. En una se topó con un artículo de Stephen King en la que el maestro del terror hacía una lista con sus diez libros favoritos del año. Puso Twilight en primera posición. William se puso a leer el artículo y cuando llegó a la lista comenzó desde abajo, desde el número diez, sin sospechar en ningún momento que su nombre iba a estar encabezando la lista, y se quedó totalmente anonadado al ver su nombre en el número uno. King continuaba el artículo hablando de él, manifestaba su perplejidad ante el hecho de que William no hubiese alcanzado más notoriedad como escritor.

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Al envejecer se fue haciendo cada vez más reacio a acercarse a Hohenwald. Inevitablemente, siempre había alguien que le reconocía y que quería charlar con él de sus libros. La gente siempre subrayaba lo mucho que se identificaba con la gente que él retrataba en su obra. Le gustaba mucho contar lo de la vez que se le acercó una señora en una tienda. Le dijo que se había leído un libro suyo, que le conocía muy bien, tanto a él como al resto de su familia, y que sabía que no era lo suficientemente inteligente para conocer todas esas palabras raras que utilizaba en sus páginas. Le dijo que se figuraba que habría contratado a alguien para meter allí dentro todas esas palabras. Dio un recital en la biblioteca local del condado y parece ser que aquella lectura le agradó. Muchas de las mujeres de la localidad asistieron al evento y luego quisieron hacerse una foto con él. Él se sintió muy halagado. También fue a una clase de lengua de primaria en el colegio al que asistían sus nietos y su fotografía salió publicada en el periódico.

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A William siempre le gustó tener un perro a su alrededor y le profesó un cariño especial a Knuckles, un pitbull blanco con pinta de tontorrón. Cuando Knuckles murió se hizo con un nuevo cachorro de pitbull al que llamó Jude. Jude resultó ser de lo más precoz y no tardó en convertirse en un adolescente enorme. Cada vez que iba a visitarle, Jude me daba la bienvenida junto al coche y al momento se me echaba encima con las patas delanteras; y cuando entraba en la casa y me sentaba en el sofá, Jude saltaba sobre mí y comenzaba a darme lametazos y a revolverse en mi regazo. El robusto cariño que derrochaba solo podía evitarse si William lo llevaba hasta la puerta de atrás, le lanzaba un premio al porche y el perro salía disparado en su busca mientras William cerraba la puerta en cuanto salía. «Siempre funciona», decía. Pero en una ocasión se fue a Oxford para asistir a un evento y dejó a Jude en casa. Al volver se encontró el salón destrozado. Su solución fue quedarse en casa y no salir hasta que Jude dejase de ser un cachorro.

Tenía televisión por satélite y le gustaban los programas nocturnos de entrevistas. Era muy aficionado a las reposiciones de cosas antiguas y había visto todos los episodios de Seinfeld. Tenía canales en los que echaban reposiciones de The Waltons. Pero su entretenimiento favorito era el béisbol y era un fervoroso seguidor de los Cubs. Se quedaba despierto hasta tarde casi todos los días de la semana, viendo el programa de David Letterman. Decía que después de divorciarse, cuando vivía solo, antes de lograr que le publicaran algo, se sentía muy solo y mataba la pena poniéndose a ver reposiciones de Seinfeld, seguidas del programa de Letterman, con quien se identificaba. Esos dos programas le hicieron mucha compañía.

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A medida que fue aumentando su fama el teléfono empezó a sonar con más frecuencia, siempre había alguien que quería hablar con él. A él le resultaba imposible poner punto final a las conversaciones, así que se quedaba atrapado en llamadas de más de una hora en las que el interlocutor no dejaba de hablar y él se sentía incapaz de decirle que colgara. En sus últimos años llegó a odiar a muerte el teléfono, le llamaba muchísima gente y si él no lo cogía insistían cada cuarto de hora, como relojes. Lo mismo le ocurría con las visitas; la gente se dejaba caer y se quedaba hasta medianoche, hablando. Y dado que no podía comer delante de los invitados, cada vez que alguien se presentaba ante su puerta, él se quedaba sin cenar hasta que la visita por fin se iba. Pero hablar con él era muy divertido y siempre estaba más que dispuesto a hablar de libros, música y películas. Tenía una de las mayores colecciones de DVDs que he visto en mi vida. La pared junto al enorme televisor de pantalla plana estaba completamente cubierta de estanterías repletas de películas. No le importaba prestarlas y yo siempre acababa llevándome una a casa, recomendada por él. No le gustaba hablar de su pasado y cuando salía a colación cambiaba al momento de tema o se lanzaba a contar una de aquellas conocidas historias suyas que tanto le gustaba contar.

En su salón todos los espacios planos estaban cubiertos de libros, revistas, DVDs y CDs. Se apilaban en el suelo y él iba construyendo estanterías a medida que se acumulaban. De vez en cuando los ordenaba, aunque enseguida volvían a amontonarse. Su cabaña tenía calefacción central y aire acondicionado, pero no los utilizaba. Instaló una estufa de leña en el salón, una estufa muy bonita, con paneles de cristal en la portezuela, así que podía sentarse en su sillón favorito y contemplar las llamas del fuego. En verano hacía mucho calor dentro de la casa, pero solo utilizaba un ventilador eléctrico.

La edición de «Mientras agonizo» de Folio Society con prefacio de William Gay.

La edición de «Mientras agonizo» de Folio Society con prefacio de William Gay.

Se sintió de lo más halagado cuando se pusieron en contacto con él los editores de Folio Society, en Inglaterra. Estaban planeando una nueva edición de Mientras agonizo, de William Faulkner, y querían que escribiese el prefacio. Le ofrecieron nada menos que tres mil libras. Era la persona perfecta, había releído el libro casi cada año de su vida adulta y se sabía muchas partes de memoria. La tarea al principio le cohibió, pero luego, un domingo por la tarde, se sentó y escribió cerca de seis mil palabras. Le habían pedido tres mil, pero publicaron el texto entero. Tuvo algún problema cuando le llegó el cheque, porque en su banco de Hohenwald no habían visto muchos cheques con la cifra en libras y al final tuvo que pagar unos cargos adicionales para que se lo cambiasen a dólares. El libro se publicó en una edición limitada con estuche y unas ilustraciones muy bonitas. Los libros venían de Inglaterra y tenías que ser miembro de Folio Society para poder adquirir un ejemplar.

Lo último que publicó fue un texto en la Chattahoochie Review titulado «Reading the South (Paperback Edition)». Salió unas semanas después de su muerte. Es un ensayo en el que nos habla de las primeras obras sureñas que pudo leer, del modo en que las adquirió y de los estantes de libros de bolsillo del supermercado local de Hohenwald.