North Mississippi Allstars

 

Como Dylan anda estos días por nuestro país (de gira con Los Lobos), publicamos este extracto de la entrevista que le hizo James Calemine a Jim Dickinson en 2009 (famoso músico y productor, padre de Luther y Cody, componentes de los gloriosos North Mississippi Allstars).

JAMES CALEMINE: Háblame de cuando Bob vino a Mississippi a visitarte hace unos años.

JIM DICKINSON: Sí, fue un puntazo, la verdad. Él andaba metido en aquella gira con Paul Simon. Me llamó, a veces llama cuando está de paso por la ciudad. No suele hacerlo, pero en aquella ocasión lo hizo y me dijo (imitando el tono de voz de Dylan): «Eh, tengo un día libre. ¿Por qué no me das una vueltecita por Mississippi?». Yo le dije que claro. Vino a casa cuando los chicos aún vivían en el otro trailer. Tengo dos tráilers y un granero. El granero es mi estudio, los chicos se escondieron en su tráiler y se pusieron a mirar por la ventana cuando vieron aparecer a Dylan.

Hablamos sobre Larry Brown. Dylan dijo: «¿Conoces a Larry Brown?». Y como que me quiso sonar, así que le dije: «Sí, ¿no es ese borracho que suele pasarse por el bar donde suelen tocar mis hijos?». Y Dylan me miró de un modo muy severo, como si hubiese dicho algo inconveniente, y me dijo: «He leído hasta la última palabra que ha escrito». Y yo pues, oh, bueno, permíteme reconsiderar el comentario que acabo de hacer (risas) sobre mi buen amigo Larry Brown...

(Particularmente nos encanta la imagen: Larry Brown disfrutando en un juke joint de un concierto de los North Mississippi Allstars con una buena cerveza fresca en la mano).

 

La guerra no estaba a diez mil kilómetros sino en tu propio país, en el barrio, en casa.

 

Recuperamos aquí esta entrada del Blog El Eco de los Libros (que era una maravillosa fuente de información pero, lamentablemente, lleva inactivo desde 2010) en el que Luis Ingelmo, traductor y prologuista del primer libro de Larry Brown publicado en España (Amor malo y feroz, Ed. Bartleby; el prólogo es una maravilla) y verdadero responsable de que conozcamos y amemos a este autor, hablaba de Trabajo sucio.

Foto de Adolfo Ruiz Maeso


Foto de Adolfo Ruiz Maeso


En cierta entrevista Larry Brown confesaba que se había librado de ser enviado a Vietnam por los pelos, pues, recién concluidos sus estudios de secundaria, su nombre aparecía el primero de entre los obligados a formar las filas de las tropas de infantería que se habrían de unir al cerca de medio millón de soldados estadounidenses desperdigados por las selvas del sureste asiático. Supuso que, ya de puestos, mejor ir a la guerra con todas las de la ley y en buenas condiciones de preparación militar, para lo cual se alistó como voluntario en el cuerpo de infantes de marina. Sin embargo, quisieron los dioses que su batallón no llegase siquiera a despegar de la base en la que se encontraba destinado. Así que, una vez transcurrido su entrenamiento como recluta, tenía por delante un buen puñado de meses y, además de dejar que pasara el tiempo jugando al billar, leyendo y practicando el tiro al blanco, Brown se dedicó a escuchar a los veteranos que habían regresado de la guerra. A veces de modo consciente, otras de fondo, oía los relatos de los supervivientes del gran desastre militar, humano y natural que fue la guerra en Vietnam, soldados cuyo uniforme los despojaba de su humanidad para reemplazarla con una coraza de hielo y fuego, de sangre y sudor, de rabia inagotable en brazos de una pesadilla cuyos efectos solo parecían mitigarse entre densas nubes de maría y litros de alcohol. La violencia gratuita hacia un enemigo versátil y escurridizo se alimentaba de su constante paranoia: allí hasta las mujeres de ojos rasgados e infantil sonrisa seductora a menudo guardaban una granada de mano oculta bajo el vestido. Aquellas narraciones que Brown escuchaba, ya fuera como telón de fondo o aplicando sabiamente el oído donde debía hacerlo, conformaron la base de su primera novela, Dirty Work (que bien podría traducirse como Trabajo sucio), historias que leemos a través de sus dos protagonistas, Braiden Chaney y Walter James, este sin rostro, aquel sin brazos ni piernas, el uno negro y el otro blanco, ambos despedazados en su interior más aun que por fuera, los dos postrados en sendas camas de un hospital de veteranos de guerra. Una sola noche dura el relato de su encuentro, al comienzo distante, progresivamente más cercano, entreverado con recuerdos de su juventud perdida y sus ciudades natales, con ecos de la memorable y pasmosa Johnny Got His Gun de Dalton Trumbo –no solo por las coincidencias de la puesta en escena, sino por los escollos materiales y emocionales que han de sortear los personajes para llegar a comunicarse–, una larga noche hacia el alba, inalcanzable por inexistente, que acaba por borrar cualquier traza de romanticismo o heroísmo que nadie pudiera albergar acerca de la guerra. Ha de advertirse, con todo, que la cadencia narrativa de Brown no es la misma que la elaborada y vagamente filosófica de Trumbo, sino que se halla más acorde con la despiadada de Thom Jones en sus relatos sobre Vietnam de The Pugilist at Rest (pienso en «The Black Lights» y, sobre todo, en «Break On Through», que de inmediato nos trae a la mente la segunda parte del verso de la canción de los Doors: «to the other side», una ruptura imposible, un cruce insalvable, una travesía sin destino final) o, debido a la alternancia entre los puntos de vista de ambos protagonistas, que hacen de cada capítulo prácticamente un relato independiente y a la par inseparable del resto, con la de Tim O’Brien en The Things They Carried, con el añadido de un ritmo frenético y lacerante, sutil e inquebrantable.

Pinchar aquí para leer la entrada original: 
http://elecodeloslibros.blogspot.com.es/2008/02/la-guerra-no-estaba-diez-mil-kilmetros.html

 

Dan Allawat

 

Trabajo sucio, de Larry Brown: Contar la verdad sobre la Guerra de Vietnam a través de la ficción.


(AVISO IMPORTANTE: contiene spoilers, se recomienda leer tras la lectura de la novela) Traducción: Javier Lucini


Podría argumentarse que para que la literatura de ficción triunfe sus elementos esenciales han de estar claramente definidos y establecidos en la historia, esto es: la trama, los personajes, el lugar, el estilo, el diálogo, el punto de vista y la temática. Y sería un buen argumento, aunque haya quien pueda darle más valor a la verdad a la hora de calificar el logro de cualquier historia de ficción. Quizá la verdad pueda obtenerse simplemente a partir de los elementos esenciales que acabamos de mencionar. Por supuesto, no nos estamos refiriendo al éxito en términos de atractivo comercial o número de ejemplares vendidos. No, en esta reflexión el éxito se mide por la capacidad de la ficción para procesar y transmitir al lector la verdad de la condición humana y el mundo en general. En este sentido, el fallecido Larry Brown fue un escritor de éxito; un narrador absolutamente comprometido con la verdad. Y en su novela Trabajo sucio nos revela con enorme éxito la verdad sobre la guerra de Vietnam; sobre todo en su descripción de la condición humana de quienes lucharon en aquella guerra. Y aún más, consigue transmitirnos esa verdad con una honestidad tan dolorosamente vívida y desgarradora que podría muy bien sostenerse que nos encontramos ante el libro definitivo sobre los estragos físicos y emocionales de la Guerra de Vietnam. Tanto es así que debería ser promovido y leído por quienes detentan puestos de autoridad y, el día menos pensado, puedan tener que tomar decisiones que, en último término, acaben metiéndonos en otra guerra.

Foto AP.

Foto AP.

Entre los años 1950 y 1975, Estados Unidos se involucró en la guerra de Vietnam. En apoyo de la lucha anti-comunista del sur contra el norte, la implicación estadounidense fue cada vez mayor hasta el punto culminante de finales de los años sesenta, cuando llegaron a desplegarse más de quinientas veinticinco mil tropas. El interés de Estados Unidos en Vietnam se basaba principalmente, y puede que exclusivamente, en el miedo a que una pequeña nación asiática cayese bajo el régimen comunista y acabase provocando un efecto dominó en el que Asia acabaría perdida por completo bajo el yugo del comunismo. La historia revelaría al final que dicha suposición era incorrecta y, peor aún, aquel malentendido de la amenaza comunista acabaría costando cincuenta y ocho mil vidas estadounidenses y trescientos cincuenta mil heridos. Esta pérdida de vidas, junto al concomitante número de bajas, sin olvidar la increíble cantidad de fondos que se invirtieron en el despliegue, resultó un auténtico fracaso. Al final, Estados Unidos, incapaz de hacerse con la victoria, tendría que retirarse del país. En 1975 Vietnam del Sur se rindió al Norte y el país se reunificó. Desgraciadamente, para muchos veteranos la cosa no acabó en 1975. Para la mayoría la guerra continuó rugiendo mientras trataban de aclimatarse a la normalidad de sus antiguas vidas, de vuelta al hogar, marcados emocionalmente y, en muchos casos, incapacitados físicamente. Es en este escenario sobre el que se construye Trabajo sucio de Brown.

La novela relata la historia de dos excombatientes que pasan un día y una noche juntos, codo con codo, en un Hospital de Veteranos. Tiene lugar unos veinte años después del regreso de las tropas. Braiden Chaney, que perdió tanto los brazos como las piernas en la guerra, lleva muchísimos años ingresado. Al inicio de la historia, le colocan a un nuevo paciente en la cama de al lado: se trata de Walter James, un hombre esencialmente sin rostro a causa del estallido de una granada y que, además, sufre colapsos repentinos e impredecibles por culpa de los fragmentos de proyectil que tiene alojados en el cerebro. A Walter lo han ingresado en el hospital a causa de un incidente con un coche. No recuerda muy bien los pormenores de lo sucedido. Braiden es afroamericano y Walter caucásico. Ambos se criaron en el sur rural y pobre y la novela relata fielmente las realidades de dos vidas forjadas en esas particulares circunstancias. A pesar de sus prejuicios mutuos, tienen mucho en común pues comparten y comprenden la experiencia de haber crecido siendo pobres en el sur de Estados Unidos. También poseen fuertes convicciones religiosas, muy sureñas, acerca del bien y del mal, aunque la guerra haya atenuado bastante su sistema de creencias, aun después de tantos años. Al final, después de pasarse horas hablando y contándose sus vidas, sus historias y sus guerras, Braiden reúne el valor para pedirle a Walter que le quite la vida, que termine con su desesperada existencia. Walter se resiste pues siente que eso sería caer en el peor de los pecados. Mientras continúan charlando sobre sus vidas y Walter espera que le den el alta para regresar a su casa, el peso de la petición de Braiden cuelga incómodamente entre las dos camas como si se tratase de un tercer personaje. Las complejas realidades del efecto de la guerra en sus vidas, tanto física como emocionalmente, quedan estampadas en cada una de las páginas de esta obra que Larry Brown despoja totalmente del romanticismo que pudiese tener la guerra o el ejército. No hay héroes ni intención de definir a los personajes por la nobleza de su sacrificio en nombre de la patria. Solo la realidad del sufrimiento perdura como resultado de una guerra que, en términos generales, nunca llegó a entender la mayor parte de quienes participaron en ella, incluyendo, por supuesto, a Braiden y a Walter. Braiden le da vueltas en cierto momento a esta idea cuando le relata a Walter cómo fue su última mañana en el hogar junto a su madre antes de ser enviado a Vietnam: «Estaba allí tumbado aquella mañana. Tenía el uniforme colgado ahí mismo. Un soldado de la nación más poderosa del mundo. Y en lo único que podía pensar era: ¿Por qué?, ya sabes, ¿Por qué? Ni siquiera era capaz de comprender de qué iba la cosa. Tenía que ir porque era mi deber». La habilidad de Brown a la hora de crear estos personajes bajo la luz de la autenticidad, verosímiles en su desesperación y en el cuestionamiento de su sino tantos años después del final de la guerra, es un testamento de su compromiso a permanecer honesto en su retrato de las víctimas de la guerra.

La Guerra de Vietnam ha dado lugar a una prolífica cantidad de literatura. Lucas Carpenter señala: «Una de las muchas ironías de la Guerra de Vietnam es que siendo una de las mayores derrotas de Estados Unidos, sea la guerra que ha generado más y mejor literatura, colectivamente, de todas las que libró en el siglo XX, y resulta abrumador que en su mayor parte haya sido escrita por veteranos que no tardaron mucho en darse cuenta de que aquella no era la guerra de sus padres».

Foto de Judge Rock (Flickr)

Foto de Judge Rock (Flickr)

Casi toda esta literatura fue escrita con un estilo reminiscente de las historias bélicas de guerras anteriores, esto es, historias en las que hombres jóvenes, inocentes e ingenuos, fueron a la guerra para regresar cambiados por el horror de las trincheras, pero aun manteniendo cierto sentido de la nobleza en su coraje y su patriotismo. No obstante, al mismo tiempo surgieron voces nuevas que quisieron desmarcarse de aquel romanticismo trasnochado y de la idea del sacrificio, dando como resultado historias que dejaban al denudo la verdad de la guerra. Como afirma Tim O’Brien en The Things They Carried: «Si al final de una historia bélica te sientes elevado, si sientes que se ha logrado rescatar un pedacito de rectitud de entre los despojos, entonces es que has sido víctima de una terrible y muy vieja mentira. No hay rectitud, en absoluto. Ni virtud». La voz de una nación que se cuestiona su participación en la Guerra de Vietnam y aún más, la voz del propio soldado sobre el terreno, pueden encontrarse en muchas de las historias de O’Brien, del mismo modo que en las otras muchas obras escritas por los autores que quisieron sumarse a esa nueva voz emergente. Trabajo sucio de Brown, aunque no surja de las mismas raíces que los relatos de O’Brien (O’Brien sirvió en Vietnam, Brown no), es una historia que se adscribe al credo de O’Brien. No hay rectitud. Ninguna virtud puede encontrarse en la Guerra de Vietnam, ni en sus secuelas.

Larry Johannessen sugiere que para comprender la literatura sobre la Guerra de Vietnam lo mejor es «considerar las cuatro categorías principales en las que se pueden clasificar estas novelas: básicamente (a) las que lidian con la experiencia de Vietnam (la narrativa del combate); (b) las que se centran en los efectos de la guerra al regreso a casa; (c) las que examinan la experiencia de los refugiados; o (d) las que se centran en el legado de la guerra, particularmente en el impacto sobre los niños de la generación que vio la luz durante la guerra».

Si uno ha de meter Trabajo sucio en una de estas categorías en la que mejor encajaría sería en la (b): los efectos de la guerra al regreso al hogar. Y aunque esta categoría le viene muy bien al empeño de etiquetar en un sentido amplio y cómodo, resulta muy difícil definir una obra como Trabajo sucio en términos tan amplios y poco precisos. Trabajo sucio es una historia bélica. De acuerdo. Contiene escenas narradas de batallas que fácilmente podrían catalogarse como pertenecientes a la denominada narrativa de combate. Y Walter tiene un hermano menor que solo tenía cinco o seis años cuando se fue a la guerra; en ese sentido, hay escenas en el libro que podrían entrar perfectamente en la categoría  que se ocupa del impacto de la guerra sobre los niños de la generación posterior. Pero, al final, se trata de una historia que se centra básicamente en la manera en que Braiden y Walter afrontan la vida, o quizá en el modo en que no la afrontan, dadas las condiciones que les toca vivir, herencia funesta de la Guerra.

Creative Commons, cortesía de ‘mikefisher821

Creative Commons, cortesía de ‘mikefisher821

Lo que separa Trabajo sucio de la mayor parte de la ficción que trata la Guerra de Vietnam es el denodado esfuerzo de Brown por impedir que la esperanza se inmiscuya en lo que es básicamente una realidad triste y desesperanzada. De nuevo, aun cuando haya por ahí literatura como la de Tim O’Brien que mantenga una distancia similar a la hora de inculcar cierto código moral, por muy sutil que sea, en el texto, los ejemplos son escasos y muy esporádicos, y ninguno resulta tan verosímilmente desolador como el de Larry Brown. Hay multitud de historias que hablan de la desesperación de quienes regresaron, de los veteranos heridos, pero casi siempre hay un momento en el que se acaba derramando algún significado o algún atisbo de luz que resulta en la comprensión/aceptación por parte del personaje, o los personajes, que sufren. Un buen ejemplo es la novela In Country, escrita por Bobbie Ann Mason. In country narra la historia de una adolescente, Samantha, o Sam para abreviar, cuyo padre murió en Vietnam antes de que ella naciese. En parte es criada por su tío, Emmett, también veterano de la Guerra de Vietnam que lucha día a día tratando de sobrellevar los prolongados efectos emocionales de la guerra. Decidida a saber más sobre la guerra que se llevó la vida de su padre, Sam empieza a preguntar a diversos veteranos, incluyendo a su tío. Este, por su parte, lidia como puede con sus inacabables interrogatorios, que le hacer revivir una y otra vez el horror. Al final, la protagonista y su tío viajan al Monumento de los Veteranos de Vietnam, en Washington, donde ella parece acceder a cierto grado de comprensión, si no a una cierta sensación de clausura o conclusión, en relación a la muerte de su padre. Asimismo, su tío, herido emocionalmente, parece obtener alguna suerte de beneficio de su enfrentamiento directo con la memoria de la guerra.

No hay nada malo en novelas como la de Mason. Aquí únicamente la citamos como ejemplo de cómo la literatura de ficción sobre la Guerra de Vietnam, o puede que de cualquier guerra, tiende a aposentarse sobre un cierto sentido de cierre o resolución. Como dice W. D. Ehrhart con respecto al final de In country de Mason: «Y de hecho, al final de In country, mientras Sam reflexiona sobre el misterio de ese otro Sam A. Hughes cuyo nombre está tallado en el muro y el rostro de Emmett “arde en una sonrisa, como si fuesen llamas”, no podemos evitar sentir que al final todo va a estar bien. Nos gustan las historias que acaban así. Nos gustan las guerras que acaban así. Pero las historias de verdad rara vez acaban tan bien, las guerras nunca».

Larry Brown entiende esta premisa y la adopta para contar la historia de Braiden Chaney y Walter James.

Sería fácil decir que In country de Mason es una mala elección para compararla o contrastarla con Trabajo sucio. No hay personajes gravemente discapacitados físicamente, por ejemplo, aunque el tío de la protagonista parezca estar sufriendo los efectos del Agente Naranja. Aunque ambas historias comparten el hecho de que transcurren bastantes años después de la guerra. Y ambas cuentan con personajes que están tratando de vivir sus vidas bajo el dictamen de la conexión, directa o indirecta, con la guerra. Pero, de nuevo, es la negativa de Brown a conceder el menor alivio a los personajes de Trabajo sucio lo que la separa de In country y de la mayor parte de la literatura surgida de la Guerra de Vietnam. Incluso el clásico libro de memorias, Nacido el 4 de julio, que narra la lucha de su autor, Ron Kovic, como veterano de Vietnam herido y condenado a vivir en una silla de ruedas, ofrece inspiración aunque no sea por otro motivo que el de la lucha incansable y a menudo exitosa de su autor por la mejora de las condiciones de los veteranos. Y eso no le quita valor literario, de hecho el elemento inspirador, junto a las descripciones de las horrendas luchas que tuvo que emprender Kovic, sitúa a esta obra en los anales de la literatura de la Guerra de Vietnam. Larry Brown prefiere contar una historia en la que no brille el menor atisbo de luz, una historia en la que la inspiración brille por su ausencia, y al apostar por eso se mantiene fiel a los veteranos cuyas realidades comparten las mismas circunstancias que viven Braiden y Walter.

A medida que Trabajo sucio se aproxima a su conclusión, Walter recuerda el incidente por el que le ingresaron en el hospital. En los días que precedieron al incidente entabló una amistad improbable con una joven plagada de cicatrices de cintura para abajo producidas por el virulento ataque de un perro siendo niña. Ella y Walter no tardan en hacerse íntimos y durante las horas en las que le cuenta a Braiden aquel incipiente romance, poco a poco, va colocando en su sitio las piezas sueltas y acaba recomponiendo la secuencia de sucesos que le condujeron al hospital. Estuvo con aquella muchacha en un coche, aparcados en el lecho seco de un arroyo; pasaron por alto sus cicatrices y se pusieron a hacer el amor en medio de una tormenta. Dado que la lluvia torrencial no amainó, el agua empezó a cubrir el lecho del arroyo hasta conformar una inundación. Aún negándose a ofrecer el menor alivio o socorro a los personajes de la historia, Brown hace que Walter sufra uno de sus inoportunos colapsos justo en el momento en que el agua empieza a inundar el coche. La chica, atrapada bajo el cuerpo inmóvil de Walter, se hunde y se ahoga bajo su peso. Un equipo de rescate los encuentra, la cabeza de él unos pocos centímetros por encima del agua, la de ella unos pocos por debajo. El descubrimiento de estos hechos y las ulteriores cicatrices emocionales que Vietnam le ha producido hacen que Walter reconsidere la petición pendiente de Braiden. Como reflexiona William Becker en su crítica de Trabajo sucio: «Quizá sea el reconocimiento del enorme precio que va a tener que pagar, lo que le hace aceptar el argumento de Braiden: Braiden ya ha pagado más que suficiente». La historia concluye con la decisión de Walter: «Permanecí a su lado un buen rato. Él abrió los ojos y me miró cuando cerré las manos alrededor de su cuello. Dijo: Jesús te ama. Y yo cerré los ojos porque no me tragué esa mierda. Yo sabía que en algún lugar Jesús lloraba».

En Trabajo sucio, Larry Brown construye una historia sobre los efectos de la guerra en los combatientes. En muchos sentidos, el libro es una novela antibélica, pero al etiquetarla de esta manera se corre el riesgo de alejar a los lectores a quienes más se les debería encomendar su lectura. Si Once an Eagle, de Anton Myrer, una cautivadora novela que describe el ascenso solitario de un soldado por los estamentos militares a lo largo de diversas guerras es de lectura obligatoria en nuestras Academias Militares, entonces puede que Trabajo sucio debiera ser de lectura obligatoria para todos y cada uno de los oficiales elegidos por el pueblo y para el pueblo de este país. Quizá la guerra sea inevitable, pero debe tenerse un cuidado extremo al considerarla como una opción para la resolución de conflictos. Después de todo, cuando se toma una decisión como esa, la historia potencial de Braiden y Walter vuelve a escribirse una y otra vez, ad infinitum.


OBRAS CITADAS  

Becker, William H. «Dirty Work/The Acquittal of God: A Theology for Vietnam Veterans (Libro)». Theology Today 47.2 (1990): 212. Academic Search Premier. EBSCO. Web. 15 abril 2010.

Brown, Larry. Trabajo sucio. Barcelona. Dirty Works, 2015.

Carpenter, Lucas. «IT DON’T MEAN NOTHING»: Vietnam War and Postmodernism. College Literature 30.2 (2003); 30. Academic Search Premier. EBSCO. Web. 15 abril 2010.

Ehrhart, W.D. «Who’s Responsible». Vietnam Generation Journal & Newsletter 4.2 (1992): n. pag. Web. 25 abril 2010.

Johannessen, Larry R. «From combat to legacies: Novels of the Vietnam War». Clearing House 68.6 (1995): 374. Academic Search Premier. EBSCO. Web. 15 abril 2010.

O’Brien, Tim, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Barcelona. Anagrama, 2011.

 

PEYOTE BILLY

La poeta Anna Waldman, una de las diversas voces destacadas que pueblan las páginas de Maldito desde la cuna, escribió esta poesía a la muerte de William Burroughs Jr. Acaba de aparecer traducida por Annalisa Marí Pegrum en el libro Beat Attitude. Antología de mujeres poetas de la generación Beat, publicado por Bartleby Editores.

Anne Waldman con William S. Burroughs

Anne Waldman con William S. Burroughs


PEYOTE BILLY

por Anne Waldman

Un fragmento de magia compasiva por la vida de William Burroughs Jr. (fallecido el 3 de marzo, 1981)

no te detengas, Billy   algo se mueve
          estamos           zapateando por ti
asediados o exaltados balanceos de hoja de helecho

           estos sistemas de soporte vital           estos ríos que se infiltran
           y te atraviesan

tú tan lejos y espacio profundo profundo profundo
para las piernas no es suficiente para sentarse y susurrar

en tu oído Billy  sin nova Billy  más alimentos 

            Billy te enviamos estas estrellas salpicadas sobre el tejido de algodón

un gris precioso para los sentidos  ten Billy tómalos Billy

toma estas estrellas Billy  toma Billy toma el humo de madera

            (no te detengas Billy no te detengas Billy no te detengas Billy que no se detenga) 

te enviamos estos aromas y el placer de montar una tienda de campaña          

            una tienda para los errantes para el alma errante  tu sombra perdida

puedes renacer en este cuerpo Billy

                        y por tu propio bien nos tumbamos

en un fardo de humo y por ti comemos esta medicina que cura 

para vomitar de nuevo  Vomité por ti Billy y los últimos

3 años se me repiten por ti Billy         dale la vuelta

sigues aquí para nosotros Billy 

            nosotros tres  yo  Steven Reed 

en la noche calma no puedo estarme quieta brinco por ti Billy 

            que no se detenga que no se detenga no te detengas Bill 

            licor de maíz para bajar la magia

desmodulación Billy

demonio hipodérmico Billy

            corregible Billy

el sello de Salomón Billy 

esto se tambalea Billy 

correlación Billy 

            inmóvil 

                        indeleble

                                    sangre de  jacinto Billy 

                                               las cartas sobre la mesa Billy

                                                           golpe dramático y te echamos de

menos Billy 

                                               dónde has estado joven Billy 

                                   te estamos buscando Biloly

                                   estudiando tu chute Billy

                                               universalidad Billy 

                                                           deja que se escape

                                                                       pásalo

que no se detenga que no se detenga Billy no te detengas Billy que no
que no se detenga Billy Billy no te detengas no te detengas Billy
            que no se detenga que no se detenga Billy no te detengas Bill

¿TODO QUEDA EN CASA?

 

Reproducimos aquí este extracto del libro The Job (El Trabajo, entrevistas con William Burroughs), publicado por la editorial Enclave de Libros (2014), porque pensamos que es muy revelador y porque constituye un buen material extra para antes o después de la lectura del nuestro libro Maldito desde la cuna.


Traducido por Federico Corrientes.

DANIEL ODIER: Usted ha dicho que la familia es uno de los principales obstáculos para cualquier progreso humano real. ¿Por qué?

WILLIAM S. BURROUGHS: En primer lugar significa que los niños son criados por las mujeres. En segundo lugar, que cualquier clase de tara mental que padezcan los padres –sean neurosis o confusiones– se transmiten inmediatamente al indefenso niño. Todo el mundo parece creer que los padres tienen perfecto derecho a infligirles a sus hijos cualquier clase de tara perniciosa que padezcan ellos y que a su vez les transmitieron a ellos sus padres, de manera que a toda la especie humana se la mutila durante la infancia, y todo esto lo hace la familia. No iremos a ninguna parte mientras esta ridícula unidad no sea disuelta.

Hay varias formas de hacerlo. Por supuesto, la más obvia sería quitarles a los padres biológicos sus niños en cuanto nacen y criarlos en una especie de guarderías estatales. Esto se ha propuesto muchas veces, pero claro, hay que tener en cuenta qué clase de formación y de entorno va a haber en las guarderías estatales.

Otra propuesta, hecha por el señor Brion Gysin, es que se pague a los niños por ir a la escuela. En otras palabras, que cuanto más avancen en sus estudios más dinero obtendrán. Si esto se hiciera desde una edad muy temprana, empezaría a socavar su dependencia económica de los padres, y cuando el niño se licenciase de la universidad, por ejemplo, tendría dinero suficiente para iniciar su carrera sin recurrir a los padres. Lo que realmente mantiene a los hijos atados a sus padres es la dependencia económica, y hay que acabar con ella.

– William S. Burroughs con Thurston Moore (Sonic Youth) y la hija de este último.

– William S. Burroughs con Thurston Moore (Sonic Youth) y la hija de este último.

DANIEL ODIER: Ya ha habido varios intentos de acabar con la familia, pero no han dado resultado. ¿Por qué han fracasado?

WILLIAM S. BURROUGHS: Bueno, para empezar no han llegado lo bastante lejos. Imagino que en China se habrán aproximado más que cualquier otro país, aunque no he tenido la ocasión de comprobar qué es lo que está sucediendo allí. En Rusia decían que iban a hacer algo al respecto y luego no hicieron absolutamente nada; por lo visto, en Rusia existe la misma familia burguesa que en el mundo occidental. Por supuesto, la gente que tiene intereses creados en la familia son las mujeres. Y evidentemente, cualquier intento de atacarla hace que echen espuma por la boca.

DANIEL ODIER: ¿Qué haría falta para reemplazar a la familia?

WILLIAM S. BURROUGHS: Nada. Nada. No veo en absoluto ninguna necesidad de familia. Es una buena forma de empezar. Por supuesto, en la actualidad la inseminación artificial es completamente posible. Muy bien, se escogen a los donantes y a las mujeres, estas quedan preñadas, y permanecen en el hospital hasta que nace la criatura: no conviene que anden paseándose por ahí, porque antes de nacer a un bebé pueden pasarle todo tipo de cosas. Algo que también es muy importante es que no haya ningún ruido cuando nazca el bebé: nadie debe decir nada, porque en ese instante tan traumático las palabras dejan huellas permanentes. El señor L. Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología, dice que durante cualquier período de inconsciencia es absolutamente criminal que nadie diga nada, porque esas palabras quedan impresas en el organismo y, si son reestimuladas o repetidas con posterioridad, volverá a experimentarse ese dolor, y son muy devastadoras. Muy bien, el bebé ha nacido; entonces se le traslada a una guardería, o lo que sea, para que lo críen. Eso es todo… Sin familia.


 

NOTA DE ALLEN GINSBERG

 

NOTA DE ALLEN GINSBERG A PROPÓSITO DE SPEED,
LA PRIMERA NOVELA DE WILLIAM BURROUGHS Jr.

Traducción Javier Lucini

Speed, la crónica de William Burroughs Jr., está escrita de manera imperturbable (carece de sentimentalismo porque dentro del autor hay una figura difusamente impersonal que observa los desplazamientos que le circundan), es muy lúcida en lo que concierne a las alucinaciones, a la prudente realidad y al lenguaje sumergido en penumbras crepusculares («conseguiría una condena por hurto»), y por fin se ubica en un espacio ajeno a lo histórico, porque acepta que el metabolismo que tritura hasta morir (¿un invento nazi?) provocado por la metanfetamina es el Wanderjahre personal de todo muchacho moderno. El libro se detiene en el episodio final sin dar mayores explicaciones, se trata de un indicio de inteligente sentido de la proporción. Las repeticiones onomatopéyicas del texto ofrecen un tono juvenil más divertido, pero más inexperto como prosa, que el procedimiento implacable del buscador de hechos que exhibía Burroughs padre en Yonqui, su primer libro, extrañamente análogo a este. Hay una diferencia de diez años; al completar su primera obra publicada, Burroughs Jr. tiene justamente diez años menos que los que tenía su padre en iguales circunstancias. Establezco la comparación porque salta a la vista y no debe ser desechada; Speed exhibe indicios del laconismo propio de Burroughs padre, así como su capacidad de observación para registrar los hechos: «la luna que flotaba a través de una escalera de incendios por encima de los apartamentos»; «en un instante se convirtió en un montón de ojos y ganglios»; «un pedacito de carne avanzando paso a paso entre los desfiladeros»; «me quedé al borde del precipicio con una pastilla disolviéndose sobre mi lengua». Lo que resultó es una relación dotada de coherencia narrativa acerca de un asunto inasiblemente escurridizo: el interior del universo de la metanfetamina. El padre había cumplido su primera tarea en el universo de la marihuana, ¿adónde llegará la conciencia de la próxima generación?, ¿se proyectará al sistema solar?, ¿lo trascenderá para llegar a otros mundos y otros océanos? El bondadoso observador indiferente que se percibe tanto en la prosa del padre como en la del hijo es el alma auténtica, que es lo perdurable.

 

RECORDANDO A LARRY BROWN

 

por Bob Minzesheimer, USA TODAY, 29-11-2004
Traducción Javier Lucini

Era medianoche en un bar de Oxford, Mississippi, la última vez que vi a Larry Brown, el bombero convertido en novelista capaz de escribir y beber mejor que la mayoría de nosotros. Brown, que murió el miércoles a la edad de 53 años a causa de un ataque al corazón, habló aquella noche acerca de una de las muchas lecciones que había aprendido por sí mismo: beber y escribir no casan bien.

«Me doy verdaderas orgías de escribir y me doy verdaderas orgías de cerveza», dijo, «pero no es bueno intentar escribir y beber al mismo tiempo». Estaba a punto de publicar su cuarta novela, Fay, pero aquel día no había estado escribiendo, simplemente hablaba de ello.

Habíamos quedado a mediodía en otro de los sitios que solía frecuentar, Square Books, la librería de Oxford donde, en la época en que apagaba fuegos y coleccionaba cartas de rechazo de las editoriales, se animaba y encontraba valor. Aquel día, hace ya cuatro años, habló un montón sobre escribir, pescar y crecer en la ciudad natal de William Faulkner. Y bebió un montón mientras me paseaba por el campo en su camioneta y me enseñaba la cabaña para escribir que se estaba construyendo con sus propias manos junto a su estanque particular.

En lo que se refiere a la bebida, perdí la cuenta después de que se bebiese un pack entero de seis cervezas, varias botellitas de aguardiente de menta y unos cuantos chupitos de whisky para hacer la digestión. A medianoche yo ya estaba exhausto. Pero Brown seguía dándole fuerte en la barra. No se le trataba como a una celebridad literaria local, sino como a un cliente muy bueno.

Sus ensayos y novelas, incluyendo JoeDirty Work y Father and Son, convirtieron a Brown en estrella de la «Grit Lit», como cierta bibliotecaria de Seattle, Nancy Pearl, denominó a aquella especie de género en Book Lust, su lista de lecturas recomendadas.

Grit Lit, escribió, es «tragedias griegas fritas al estilo sureño, llenas de personajes furiosos, trastornados y generalmente desesperados, impulsados por el sexo y el alcohol». Su escritura era accesible, cruda e inquietante. Pat Conroy, en cierta ocasión, dijo: «Larry Brown escribe como una fuerza de la naturaleza».

Brown se graduó a duras penas en el instituto antes de ingresar en los marines, pero siempre le gustó leer. Con 31 años vendió un relato a una revista de moteros y se convenció para asistir a clases de escritura en la Universidad de Mississippi, donde la novelista Ellen Douglas le descubrió escritores como Flannery O’Connor, Raymond Carver y Tobias Wolff.

Después de vender otro relato a la revista Mississippi Review, la editora Shannon Ravenel le escribió para preguntarle si tenía más. «Alrededor de unos cien», le respondió por carta. En 1988, la editorial de Ravenel, Algonquin Books, publicó diez de aquellos relatos en una colección que se tituló Facing The Music, que obtuvo críticas muy favorables. El bombero se había convertido en escritor.

Abandonó el Cuerpo de Bomberos de Oxford dos años más tarde, pero siempre escribió sobre la clase obrera. «Un escritor sensible escribe lo que él, o ella, conoce mejor, y se centra en el material que siente más cercano y en las vidas que observa a diario», decía Brown.

Creció observando a su padre, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que nunca pudo ganarse la vida en los campos de algodón y que bebía demasiado. Brown decía que su infancia podía explicar «por qué escribo tanto sobre beber, meterse en problemas y la violencia. Conozco bien esas cosas, y no tengo que imaginar cómo se vive con ellas».

Las críticas de Brown fueron siempre mejores que sus ventas. Se convirtió en una especie de autor de culto e hizo un pequeño papel en una película, protagonizada por Debra Winger, adaptada de uno de sus cuentos, Big Bad Love. Fue el tema de un documental, The Rough South of Larry Brown, y ejerció de profesor visitante en la Universidad de Montana. 

Pero nunca tuvo un bestseller.

Cuando salió Fay en el año 2000, Booklist, la publicación de la Asociación de Bibliotecas Norteamericanas, la bautizó como «una horrenda y hermosa obra del Rey de la Basura Blanca». Eso hizo reír a Larry. Le dijo a su hija, LeAnne, «Si yo soy el Rey de la Basura Blanca, eso significa que tú eres la princesa». ¿Su propia marca? «Bah, no soy más que un tipo normal y corriente que ha tenido la suerte de descubrir lo que quería hacer con su vida».

Unas seiscientas personas, desde bomberos a escritores, asistieron al funeral que se celebró el sábado pasado en Oxford. Deja atrás tres hijos, dos nietos y una esposa, Mary Annie, que fue quien le prestó su máquina de escribir el día que decidió ponerse a escribir.