Trae Crowder, Corey Ryan Forrester, Drew Morgan

Celina (Tennessee), Chickamauga (Georgia), Sunbright (East Tennessee)

 
Corey Ryan Forrester, Trae Crowder y Drew Morgan

Corey Ryan Forrester, Trae Crowder y Drew Morgan

 

TRAE CROWDER creció en Celina, Tennessee, un pueblucho dejado de la mano de Dios con más licorerías que semáforos (2-0 en el último recuento). Fue uno de los niños más pobres de la zona, pero también uno de los más listos (algo que él mismo se encarga de señalar que no es ninguna hazaña). Por eso acabó coloreando moléculas en «Educación Especial»; en su pequeño colegio para pobres diablos rústicos no había presupuesto para «superdotados». Decidió dedicarse a la comedia a los doce años, después de ver a Chris Rock en HBO. Ya ni sabe la de veces que ha tenido que ir a ver a su madre, yonqui y traficante, a prisión. Sus vídeos protagonizados por el «Redneck de Izquierdas», virales de la noche a la mañana, le hicieron captar la atención nacional. Lleva cerca de una década girando por el país con sus compañeros de escritura y parranda, los también cómicos sureños Corey y Drew.

COREY RYAN FORRESTER, de Chickamauga, Georgia, empezó a escribir monólogos a los dieciséis, alternando actuaciones en bares sórdidos y clubes nocturnos con los más diversos trabajos: pintor de brocha gorda, minorista, vendedor de motos, recolector de muestras de orina, repartidor de flores a domicilio, empleado de hotel y revendedor de libros de texto. En los últimos tiempos se dedicaba a pintar con espray figuritas del Yeti en Ooltewah y a ayudar a su madre y a su hermana en la panadería familiar. Gracias a la popularidad del «Redneck de Izquierdas» y a la publicación de este libro ha podido comprarse un televisor y retener a su novia que, por lo visto, le quiere. Él cree que no se la merece.

DREW MORGAN más que un «redneck» se considera un «hillbilly»; procede de los Apalaches, de un lugar muy minúsculo en mitad de ninguna parte, la clase de sitio sobre el que los ingleses ruedan documentales. Madre bibliotecaria y padre motero, ferroviario, sindicalista y predicador en una iglesia baptista de Tennessee, con tendencia a abusar de la botella y a votar a los demócratas («¡ateo, pagano, desalmado!). Así les salió la criatura. Su humor ha sido descrito como «un Mark Twain puesto de ácido». Vive en permanente crisis existencial y, si le pones la música que le gusta, baila que da gusto verlo.