PATTY GRIFFIN

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Patty Griffin

(Thirty Tigers, 2019)

Para que se vayan apeando los disgustados de turno, para que nadie se llame a error, convendrá decir desde el principio que esto no es, ni pretende serlo, una reseña, sino una descarada, rendida y emocionada declaración de amor. Y una vez aclarado, aunque ni estemos a mediados de marzo, no me duelen prendas afirmar, de manera categórica, que nos encontramos ante el mejor disco del año, es más, de los años, de todos los años, de todos los tiempos, pasados y venideros. Una obra maestra incontestable desde el primer hasta el último acorde. Es ella otra vez. Después de nueve discos. Con un álbum epónimo. Lo que otros hacen para titular su primer trabajo, ella lo hace con el décimo, un disco de lucha, renacimiento y reencuentro. Y más fuerte que nunca. Acústica y poderosa. Entre medias han pasado cosas. Grammys, Band of Joy, Robert Plant, acordes y desacuerdos. Y, más recientemente, su propia batalla personal contra el cáncer de mama (ni me enteré Patty, maldita sea), de la que ha salido felizmente victoriosa. Grabó el disco en su estudio casero de Austin, con guitarras españolas y algo de percusión, un cello, un piano y un trombón para «Hourglass», ese tema tan jazzy que parece salido de los mismísimos callejones de Nueva Orleans, y poco más, su voz, que para nada es poco (probablemente lo sea todo), que como siempre te pone la piel de gallina; grabado, además, durante ese terrible período de lucha y radioterapia (lo canta en «Mama’s worried», nada más empezar: «Mamá se pasa todo el tiempo preocupada / le dice a todo el mundo que está bien / pero está sufriendo mucho y está preocupada / y no quiere que nadie lo sepa»), con el país, por otro lado, desmoronándose social y políticamente. Y es que puede que sea su disco más comprometido hasta la fecha, su poesía habla fuerte y claro de todo lo que latió y vibró en las calles el pasado 8-M. Y todo en este Patty Griffin pone el pelo de punta. Quizá anduviera yo en otras batallas y por eso sus tres discos anteriores, por otra parte fantásticos, no me conmovieron como lo ha hecho este desde la primera escucha. Aquí vuelve a desatarse la energía de aquel descomunal concierto en el Artist Den de hace ya más de diez años que me voló la cabeza. Enamorarse así de una artista y de su trabajo. No me había pasado nunca de un modo tan visceral (de qué hablamos cuando hablamos de amor, en efecto, Raymond). Escalofriante. Luego la cosa se calmó (fue más bien cosa mía, que llegué a una isla); así que es posible que, en esta nueva situación de intemperie, sus canciones me hayan cogido con la guardia baja y me hayan roto y curado como solo ella es capaz de hacerlo (bueno, ella y unos pocos más, no muchos). Porque aquí hay luz, dolor y muchísima fuerza. «Un río es demasiado poderoso / y ella es un río […] Síguela a dondequiera que vaya / Ponte a cubierto cuando se enfade / ahógate en sus lágrimas cuando las cosas vayan mal / nunca te olvides / de que ella es un río / No necesita un diamante para brillar / Lleva aquí mucho tiempo / y ha visto toda clase de rostros / y lugares por el camino / Fue dada por muerta un millón de veces / pero sigue volviendo a casa / con los brazos abiertos / siempre cambiada e indefinible / Es un río». Momento en el que, el que escribe, abandona prudentemente la «reseña» antes de ponerse aún más en evidencia arrodillándose, sacándose el anillo del bolsillo y diciendo: «Patty, ¿quieres casarte conmigo?».